02 octubre 2020
02 oct. 2020

Somos la viña del Señor

de  Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj

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Si el domingo pasado afirmábamos rotundamente la libertad del hombre y su posibilidad de opción por Dios o contra Dios, en este domingo contemplamos cómo es posible acompasar la libertad del hombre con la libertad de Dios en el entramado de la historia.

El evangelio (Mateo 21, 33-43) pone en boca de Jesús otra parábola en la que vuelve a utilizar la imagen de la viña, pero esta vez encarándose con los responsables del cultivo o cuidado de esta viña. Jesús narra en la parábola la historia de los profetas de Israel y su misma historia adelantándose, porque lo intuía, a su mismo final. El Hijo va a ser entregado y morirá en la cruz. Jesús, en esta parábola muestra una conciencia de sí mismo que toca el hondón de su ser; Jesús reconoce que es el último enviado de Dios y que su relación con Dios es la de Hijo. Esta “pretensión” no pasa desapercibida por sus interlocutores que reaccionan negando la evidencia. Y la niegan porque aceptarla significa un cambio radical en sus vidas de cuidadores de la viña que administraban a su antojo y beneficio. Jesús les avisa muy seriamente que no tienen patente de corso vitalicia y que Dios-Padre entregará la viña a otros viñadores que la cuiden como debe ser, según Dios el primer viñador.

El evangelio o la palabra de Jesús es un aviso a “navegantes” de todos los tiempos. A lo largo de la historia, de nuestra historia vemos como Dios sigue escribiendo derecho, pero los renglones son torcidos.  La respuesta libre del hombre al llamado colaboracionista de Dios ha sido casi siempre cicatero y ruin. Casi siempre hemos querido hacer de la capa un sayo y llevar la historia por derroteros de muerte. Ayer y hoy. Y quizás hoy más que nunca porque el hombre tiene muchas más posibilidades que antes para torcer la historia, torciendo incluso la “viña”, la naturaleza, el mundo creado. Somos capaces de montarnos un “anti-génesis” en un santiamén.

A todos nosotros nos llega el aviso de Jesús y su exhortación al cambio. Que nuestra libertad no se oponga a la libertad de Dios. Lo mejor que podemos hacer es unir nuestra libertad a la Libertad de Dios, que tiremos juntos en la misma dirección desde el congeniar, el unir voluntades sabiendo que los caminos que Dios marca son siempre lo mejor para nosotros, porque nacen de su infinito amor por nosotros, por su viña, por su creatura preferida, por sus “mimados”.

 

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