Ezequiel 34, 11-17 nos responde afirmando que Jesucristo-Rey es ante todo el “Buen Pastor”. Alguien volcado hacia “sus ovejas”, dispuesto a todo porque las ama locamente. Está con ellas, las guía hacia pastos frondosos, las sestea, las mima; busca a las perdidas; atiende a las gordas y a las flacas. El pastor no asusta a las ovejas; el pastor se hace querer por las ovejas y ellas sienten su protección y su amor. Jesús asumió para él esta figura y afirmó ser “el buen pastor” que da la vida por sus ovejas. Solo tenemos que mirar a la cruz y ver cómo se las gasta este buen pastor. La cruz es la expresión máxima de su amor por nosotros. La cruz es su “trono” desde donde “reina” el Amor.
Además, Ezequiel, no se olvida de la responsabilidad personal de cada “oveja”. El pastor “juzgará” entre oveja y oveja. La salvación no es gregaria. El encuentro con el Señor es un encuentro personal. Supone una aceptación mutua y un conocimiento mutuo. Por parte del Señor no hay duda de su fidelidad. A cada uno de nosotros nos llama por nuestro nombre. Es necesaria una respuesta positiva a la invitación a una vida de amistad entrañable. La respuesta personal es insoslayable y puede ser sí o no. Dios no fuerza amistades; Dios no rompe la dinámica del amor que es libre por naturaleza. Un amor obligado o interesado no es amor.
Pablo (1 Corintios 15, 20-28) nos recuerda el kerigma de nuestra fe: Cristo ha resucitado de entre los muertos el primero entre todos. Cristo es la primicia y el quicio de la historia. Cuando Él vuelva nos llevará a todos con Él. La muerte será aniquilada para siempre y así Dios lo será todo para todos. Para Pablo, desde Cristo, el futuro es esperanza y nada ni nadie nos separará del Amor de Dios manifestado en Cristo Jesús. Nosotros incorporados a Cristo reinaremos con Él por los siglos de los siglos.
Mateo (25, 31-46) nos da su última lección. Nos coloca en la linde del tiempo; allí donde la historia deja de ser historia-tiempo y empezará a ser historia-eternidad. La entrada en el tiempo de Dios. Y en esa frontera nos aguarda el “Rey de la historia”; el “Alfa y Omega” de la historia, sentado en el trono para verificar los valores del Reino proclamados con su vida y acatados por todos aquellos que hemos visto su gloria.
Los valores del Reino no son otros que las obras de Misericordia. Mateo abre su evangelio con el Sermón del Monte que es la promulgación de la nueva Ley: La ley del amor y de la misericordia. Cierra su evangelio con el “Juicio final” que no es otra cosa que examinarnos sobre el amor y la misericordia que hemos desplegado en nuestra vida. Jesús, claramente se identifica con el hambriento, el sediento, el encarcelado, el enfermo y el desnudo. Y no hay lugar a mistificaciones. Hambriento es hambriento y desnudo es desnudo. Y la identificación de Jesús con cada uno de ellos es diáfana
Una mirada a la realidad social del reino donde vive Jesús
Jesús se encuentra ante un mundo cuyo motor es la ambición de dinero y de poder. Esta ambición da origen a una ideología contraria a la Verdad de Dios. Esta ambición justifica una situación donde “el hombre es lobo para el hombre”. Impera el ¡sálvese quien pueda! Se crea un orden social injusto donde aparecen hombres esclavizados por otros hombres o ideologías; donde los que dominan subyugan. Nace una ideología (incluso teocrática) que defiende y mantiene una estructura social injusta. El pueblo es víctima de este orden social y sufre opresión y marginación social, política y religiosa.
Para sacar al pueblo de esta opresión Jesús no combate el orden injusto oponiéndose con violencia. Muchos pueden coincidir con el análisis sociológico hecho hasta ahora, pero aquí se marcan diferencias: los métodos para combatir son distintos. Hay muchos que intentan rescatar al hombre de la injusticia con métodos coercitivos o violentos. Jesús dirá que “quien a hierro mata, a hierro muere”. Violencia genera violencia. No puede ser método válido para implantar justicia aquello que de por sí es injusto. Toda opresión lo que impone es otra “ideología” que no supera a la anterior (vuelta de la tortilla). Será otra ideología opresora de otro calibre, pero nada más. Jesús apuesta claramente por la “no violencia”. Pero una “no violencia” activa y no una no violencia de cuarteles de invierno o de pusilánimes.
Jesús libera enfrentándose y desenmascarando la falsedad del orden injusto. A la falsa ideología no presenta otra ideología, sino la experiencia del Amor que comunica vida. Jesús en su vida realiza las “Obras del Padre”. No hace otra cosa. Hacer eso es desquiciar el mundo. Quitar el quicio de la ambición (poder, dinero) y poner el quicio del Amor del Padre.
El quicio del Amor
Expresión máxima de ese “quicio” es Jesús en la cruz. El valor máximo del Reino de Jesús es “perder la vida” entregada libremente y por amor, para que los otros tengan vida en abundancia. Valor máximo en el Reino de Jesús es servicio o hacerse el servidor de todos. El Reino de Jesús apuesta por todo el mundo creado que es don de Dios y tarea del hombre el llevarlo a plenitud. Reino de Jesús será encarnar y vivir las bienaventuranzas. Reino de Jesús será practicar toda justicia y obrar misericordia (Tuve hambre y me disteis de comer….) Reino de Jesús es ser testigos de la Verdad. Y la Verdad es Alguien. La Verdad es Dios, que es Padre que ama infinitamente al Hijo y en el Hijo a los hijos (hombres y mujeres) y todo lo creado. Este Padre nos da el Espíritu (el Amor) para hacernos hijos y capaces de vivir desde ese Amor y como ese Amor.
Nuestra tarea será mostrar el Amor que Dios nos tiene, siendo libres para amar a todos como hermanos. No tener miedo a “perder” porque en Cristo ya hemos sido todos rescatados y resucitados. Vivir desde el quicio del Amor es vivir un poco desquiciadamente porque tantas veces se va contracorriente de aquello que es “políticamente correcto” o que es socialmente admitido como lo más “in” o lo más moderno y progre. Es vivir desquiciadamente porque tantas veces en la vida apostamos por “causas perdidas” porque creemos que la persona es el máximo valor a rescatar y a mantener, aunque se vengan abajo otros valores aparentemente muy respetables. Pero este desquiciamiento es Sabiduría y Gracia desde Dios.
Con la liturgia pascual podemos concluir diciendo: Cristo ayer y hoy, principio y fin. Alfa y Omega. Suyo es e
l tiempo y la eternidad. A Él la gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.