Estamos iniciando otro año litúrgico, que no significa un movimiento cíclico-cerrado, de eterno retorno, sino que nos ayuda a retomar y profundizar, con un dinamismo cada vez mayor, las verdades fundamentales de nuestra fe cristiana cuya densidad nunca se agota en el tiempo. Aunque fue instituido en preparación para la Navidad, el Adviento adquirió gradualmente un significado más amplio, es decir, no solo como preparación para la celebración del recuerdo de la primera venida de Cristo al mundo, sino también un tiempo para estar más convencidos de su venida al final de los tiempos. Sin embargo, entre estas dos visitas, es necesario estar vigilantes y atentos para reconocer su permanente venida en el hoy de la historia, como dice la Iglesia: “Ahora, y en todos los tiempos, Él viene a nuestro encuentro, presente en cada persona, para que lo acojamos en la fe y testimoniemos en la caridad, mientras aguardamos el feliz testimonio de su reino” (Prefacio de Adviento I/A).
La perícopa evangélica de este Domingo está marcada por el tema de la vigilancia, tenemos un marco bien definido. Comienza con: “Mantén los ojos abiertos” (griego: blépete agrupneitei); y concluye con una enfática invitación: “Lo que les digo, se lo digo a todos: ¡vigilen!”.Tanto la literatura profética como la sapiencial presentan la importancia y necesidad de la vigilancia; en el Antiguo Testamento las ciudades estaban guarnecidas por torres donde constantemente permanecían los guardias para advertir a sus habitantes de cualquier amenaza. Estos guardias debían permanecer con la mirada fija en los alrededores para no permitir que la ciudad fuera asaltada de improviso.
Jesús retoma el tema de la vigilancia, subrayando una nueva indicación. La vigilancia ya no se ve como la postura estática de un guardia que observa desde lo alto de la torre para identificar alguna sorpresa o amenaza. Pero en la perspectiva cristiana, el guardia se convierte en sirviente: “Dejó la casa bajo la responsabilidad de sus empleados (griego: douloi, sirvientes)”. La vigilancia se vuelve operativa, por lo que no puede verse como una actitud de miedo que paraliza o inhibe. Si bien se espera que el guardia no se mueva de su puesto y permanezca atento, se espera que el criado asuma fielmente la misión que le encomienda el Señor.
Mientras el centinela permanece en su puesto a la expectativa de que, si pasa algo negativo debe anunciarlo a la ciudad, el criado tiene otra perspectiva, es decir, espera la llegada del su Señor, quien le pagará según su conducta. En la imagen de la guardia del Antiguo Testamento encontramos una espera paradójica: si es cierto que se le coloca en la torre porque se admite la posibilidad de la llegada de una desgracia, de un asalto a la ciudad, también es cierto que, ni quien lo colocó allí, ni él incluso, quieren que eso suceda. Por eso, el guardia espera que no llegue aquello que está aguardando.
En el caso del sirviente que espera la llegada de su Señor, la llegada es segura aunque no conozca el momento exacto (griego: kairós, tiempo oportuno). Por tanto, independientemente de la hora de llegada; “por la tarde, a medianoche, de madrugada o al amanecer”, la actitud más coherente es el servicio, es decir, hacer lo que se le ha encomendado.
Es interesante que el evangelista haya utilizado las cuatro forma de dividir la noche (esquema romano): desde la tarde hasta el atardecer. Esto evoca la muerte y resurrección de Jesús. Murió a última hora de la tarde, permaneció en la tumba por la noche y de madrugada, pero resucitó al amanecer. Así también sucederá con el siervo que cumple fielmente su misión, no importa si pasa por las tinieblas de la muerte, pues el encuentro con su Señor significara para él un amanecer que no terminará, será su kairós, tan deseado y esperado.
El tiempo de Adviento nos lleva a la conciencia de que el Señor vendrá, tal como lo hizo hace dos milenios. Sin embargo, nos sitúa en una actitud de constante vigilancia porque el Señor está entre nosotros, Y la mejor manera de reconocer esta venida permanente es la de convertirse en sirvientes. El que no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida por muchos, espera que lo esperemos de la misma manera que Él estuvo presente entre nosotros, es decir, sirviendo a todos.
El adviento no es solo un tiempo para preparar adornos navideños, sino que es, ante todo, un momento oportuno (kairós) para aprender las lecciones de servicio que el Señor mismo nos da, ya que esta es la forma más segura de prepararnos para el encuentro final con Él cuando nuestro servicio vigilante se convierta en gozo eterno.