Carta para el 14 de marzo,
en el aniversario del nacimiento del P. León Dehon.
A los miembros de la Congregación
A todos los miembros de la Familia Dehoniana
La comunidad del Noviciado SCJ en Vietnam tiene un estanque donde se crían peces para el consumo de la casa. Para pescarlos, los novicios emplean una colchoneta flotante, una vara de bambú a modo de remo y una red. La técnica es simple: mantenerse en pie sobre la colchoneta y lanzar del modo justo la red. Si resulta bien, el almuerzo o la cena están garantizados. Un religioso de paso por aquella comunidad quiso intentarlo. Con mucho gusto uno de los novicios lo invitó a compartir la experiencia. Subidos en una misma colchoneta, se dirigieron al centro del estanque. Pero de repente una distracción del religioso desestabilizó todo. El balanceo de la colchoneta se descontroló y el remojón se hacía inminente. Justo en ese momento el novicio increpó a su compañero en un inglés preciso: “Focus!”. Es decir: “¡O te centras, o nos caemos!”. La determinación del novicio hizo efecto y logró que su compañero recuperara el equilibrio, la confianza, y que aquel día ninguno de los dos terminara en el agua haciendo compañía a los peces.
Con esta pequeña anécdota iniciamos nuestro saludo ante la cercanía de un nuevo aniversario del nacimiento del Venerable P. León Dehon, día también de oración por las vocaciones dehonianas. Lo celebramos en medio de la pandemia que sigue amenazando la vida y el trabajo de tantas personas. La hemos sufrido muy de cerca: entre nosotros, en las realidades que acompañamos, en nuestras familias y en tantos lugares que conocemos. Si bien es verdad que no faltan signos de esperanza y de recuperación, no es menos cierto que los desequilibrios sociales y económicos que ya eran parte de nuestra cotidianidad se han agravado enormemente.
En tiempos tan inestables, ¿qué nos puede aportar este aniversario? Será difícil responder sin detenerse a pensar antes en algo de lo acontecido en la época y en la vida del P. Dehon. Él también supo, y mucho, de imprevistos fatídicos y de adversidades. Sufrió de cerca acontecimientos devastadores, como los conflictos bélicos que asolaron la Europa del momento. Se involucró en las tensiones de una sociedad que se industrializaba y generaba una clase obrera muy desatendida. Enfrentó políticas, tanto en Francia como en otros países, que crearon dificultades a la tarea de la Iglesia, sobre todo a la vida religiosa. No se vio ajeno a epidemias que flagelaron mortalmente amplias regiones del mundo. Pero si la mirada se ciñe más a su propia vida, por él mismo sabemos de no pocas de sus tribulaciones: la oposición de su padre a su vocación sacerdotal; el incendio del Colegio San Juan y más tarde tener que renunciar a él; la supresión de su Congregación primera, los Prêtres Oblats du Cœur de Jésus (“Consummatum est!”); los fracasos de los proyectos misioneros en Ecuador y posteriormente en Túnez; la muerte de numerosos misioneros en África a causa de las enfermedades; la pérdida de casas y obras por motivo de leyes civiles; el deterioro de su salud; conflictos dentro de la Congregación; dificultades económicas; incomprensiones; difamaciones… y así un largo etcétera de episodios que, una y otra vez, pusieron a prueba su fe, su vocación y su proyecto.
Sin embargo, a pesar de todo no perdió la perspectiva: «Cada año ha tenido lo suyo. ¡Hay que saber decir siempre su fiat!»[1]. Lejos de refugiarse en un fatalismo resignado, el P. Dehon fue asumiendo todo lo que se sucedía como un camino de conversión y de abandono al querer de Dios. Con esa disposición, madurada en la intimidad, en la oración, en el discernimiento compartido y en su mirada atenta al mundo, buscó responder así a la invitación de Dios para participar de su misma santidad: «Sí, la santidad es un simple fiat, una simple disposición de la voluntad conforme a la voluntad de Dios. ¿Qué podría ser más fácil? Porque ¿quién no puede amar una voluntad tan amable y buena? El alma que ve la voluntad de Dios en todas las cosas, tanto en las más desoladoras como en las más fáciles, lo recibe todo con alegría e igual respeto…»[2].
A pesar de las tempestades en las que se vio sumergido, ni el pesimismo ni el desasosiego lograron vencerle. Como siervo diligente confió y esperó en el Señor activamente, custodiando con celo la gracia de unirse a Él con una vocación reparadora. En la memoria permanente de hombres y mujeres que le precedieron en la fe, el P. Dehon también encontró consuelo y estímulo para mantenerse centrado de la mejor manera posible. De entre ellos vale recordar, especialmente en este año, a San José, a quien el P. Dehon profesó una singular devoción. De él admira su prontitud para ponerse en camino, para levantarse una y otra vez, a la luz de lo que Dios le pedía, a pesar de su desconcierto mayúsculo. Dicho con palabras del Papa Francisco:
«Muchas veces ocurren hechos en nuestra vida cuyo significado no entendemos. Nuestra primera reacción es a menudo de decepción y rebelión. José deja de lado sus razonamientos para dar paso a lo que acontece y, por más misterioso que le parezca, lo acoge, asume la responsabilidad y se reconcilia con su propia historia. Si no nos reconciliamos con nuestra historia, ni siquiera podremos dar el paso siguiente, porque siempre seremos prisioneros de nuestras expectativas y de las consiguientes decepciones»[3].
Mirando a nuestro hoy, no es de extrañar que todo lo que ha ido aconteciendo en este último año nos haya inquietado y contrariado sobremanera. Pero nos corresponde acogerlo con mirada creyente y un corazón que, como el de María, no se precipita para desechar lo que no comprende o lo que le asusta. Nos toca seguir apoyándonos en el Señor, entre nosotros y con quienes vamos haciendo camino, para no sucumbir a la zozobra que traen la desesperanza y el catastrofismo. Este es momento oportuno, tiempo de gracia, para ayudarnos a centrar la mirada e interpretar bien lo que acontece. Tal vez, incluso necesitamos reconciliarnos con lo que hemos estado sintiendo, en lo personal y en lo comunitario. Fue así que, de las adversidades y de los contratiempos, el P. Dehon sacó provecho para entregarse más generosamente al servicio del Reino, al servicio de todos. No perdió la perspectiva necesaria. El que no todo resultara como él lo hubiera deseado y cuando él lo hubiese querido no lo desenfocó. Más bien le sirvió para entenderse mejor a sí mismo y, sobre todo, para reconocer con humildad sincera y agradecida que la obra, más que suya, era de Dios.
Al recordar su aniversario este año, que resuene entre nosotros un contundente: “Focus!”, como el que gritaba aquel novicio vietnamita. Una exhortación clara y concisa a no distraernos, a centrarnos más en lo verdaderamente importante de nuestra vocación y de nuestra misión para que no decaiga la fraternidad ni la oración compartida, para que no venga a menos la cercanía a los que más sufren y a quienes peor lo están pasando.
Que también nosotros, como el P. Dehon, sepamos escuchar, interpretar y agradecer las voces y los signos de estos tiempos que nos invitan a reaccionar con renovada esperanza y creatividad. Que de su mano mantengamos la mirada despierta y confiada en el Hijo del Hombre que fue levantado (cf. Jn 3,14) para que este mundo nuestro tenga Vida.
Fraternalmente in Corde Iesu,
P. Carlos Luis Suárez Codorniú, scj
Superior general
y su Consejo
[1] « Chaque année a eu sa part. Il faut savoir dire toujours son fiat ! ». Souvenirs (LCC 8090139/30).
[2] « Oui, la sainteté est un simple fiat, une simple disposition de volonté conforme à celle de Dieu. Qu’y a-t-il de plus aisé ? Car qui ne peut aimer une volonté si aimable et si bonne ? L’âme qui voit la volonté de Dieu en toutes choses, les plus désolantes comme les plus faciles, reçoit tout avec joie et avec un respect égal… ». NQT 39/61.
[3] Papa Francisco, Patris corde 4.