Celebración de las bodas de oro sacerdotales del P. Artemio López Merino
Las primeras palabras que traigo a colación son: “es una gran alegría poder llegar a cumplir tantos años al servicio de Dios y de la Iglesia”. Me las remitió Teresa Abad, la encargada de coordinar y animar nuestro nuevo blog dehoniano, con ocasión de decirle que para mediados de abril le escribiría una reflexión personal sobre mis “bodas de oro como sacerdote”.
Sin duda, a mi memoria y recuerdo vivencial, aún más que ese sentimiento de gozo y de júbilo, lo que aflora incesantemente es una inmensa sensación de gratitud a nuestro Padre Dios, tanto por haber sido invitado a seguir la llamada de Jesús, el gran Maestro y buen Pastor, como por haber tenido la gracia, la fortaleza y el coraje para seguir sus pasos de cerca.
Esas variadas y complejas sensaciones emocionales están expresadas magníficamente en la letra de un canto religioso que lleva por título: “Qué detalle, Señor”, y del que me permito transcribir textualmente el estribillo y las dos primeras estrofas: “¡Qué detalle, Señor, has tenido conmigo cuando me llamaste, cuando me elegiste, cuando me dijiste que Tú eras mi amigo; qué detalle, Señor, has tenido conmigo!”. “Te acercaste a mi puerta, pronunciaste mi nombre; yo, temblando te dije: ¡Aquí estoy, Señor! Tú me hablaste de un reino, de un tesoro escondido, de un mensaje fraterno que encendió mi ilusión”. “Yo dejé casa y pueblo por seguir tu aventura. Codo a codo contigo comencé a caminar. Han pasado los años y, aunque aprieta el cansancio, paso a paso te sigo sin mirar hacia atrás”. Por supuesto, que también acompaña estupendamente la música y la cadenciosa melodía, a ritmo de vals, de esta emotiva partitura musical.
Pero bajemos a la realidad de los acontecimientos: en la Iglesia se estaba celebrando el Concilio Vaticano II, inaugurado por San Juan XXIII (11-X-1962) y clausurado por el Beato Pablo VI (9-XII-1965). En Salamanca, desde el verano de 1964 ejercía como obispo de la diócesis Mons. D. Mauro Rubio Repullés quien, en plena cuaresma fechó el sábado, día 3 de abril de 1965 para otorgar las órdenes mayores. Los candidatos éramos casi un centenar, aunque para la orden de los presbíteros tan sólo estábamos Luis Ezcurra Baigorri y un servidor, ambos SCJ (Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús) o Dehonianos. El lugar elegido fue el templo del seminario mayor diocesano, también conocido como “Seminario de Calatrava”. Y como estaba previsto, al día siguiente celebramos nuestra primera misa en la capilla de nuestra casa-escolasticado, en dos altares paralelos, ya de cara al público y en castellano. Al final, tuvo lugar el emocionante “besamanos” a los asistentes, entre los que se hallaban mis padres y varios hermanos carnales, amén de los muchos hermanos en religión y tantísimos amigos.
Todavía nos quedaba el tercer trimestre del cuarto curso de teología con sus exámenes finales pero, con la moral que nos había inyectado la ordenación sacerdotal, esas cosas nos parecían ya pequeños detalles. También sabíamos que nuestro destino para el curso siguiente era Madrid, donde haríamos un intenso curso de pastoral, a la vez que ayudaríamos en las labores docentes del colegio Fray Luis de León. Aunque, mucho más significativa fue la fecha de la celebración de la primera misa en mi pueblo, el 12 de septiembre en la que, además, se casó mi hermano mayor y di la primera comunión a mi hermana menor ¡Toda una fiesta familiar y emociones por doquier!