15 junio 2023
15 jun. 2023

El Corazón Sacerdotal de Jesús

La devoción al Sagrado Corazón está relacionada con todos los misterios y estados de Nuestro Señor, todos los cuales los explica con esta sola palabra: Amor. Este texto está extraído del libro de León Dehon "Le Coeur Sacerdotal de Jésus" de 1907.


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A la devoción al Sagrado Corazón, lo mismo que a la Eucaristía, pueden aplicarse estas palabras del libro de la Sabiduría: Panem de coelo prestitisti eis, omite delectamentum in se habentem: Es un pan del cielo que tiene toda clase de gustos. Esta devoción, como el maná del desierto y el maná eucarístico, es un alimento celestial que contiene todos los gustos, todos los sabores espirituales y que se adapta maravillosamente a todas las almas, cualesquiera que sean sus necesidades, su condición, su atractivo particular.

La devoción al Sagrado Corazón está relacionada con todos los misterios y estados de Nuestro Señor, todos los cuales los explica con esta sola palabra: Amor.

Como los fieles encuentran en esta devoción todos los motivos de su confianza y todos los alientos para la virtud, los sacerdotes encontrarán en ella el ideal de la vida sacerdotal y el modelo al que deben asemejarse.

En los comienzos de esta devoción la imagen del Sagrado Corazón no estaba dibujada y representada, pero la meditación de los fieles fue hacia los pensamientos, afectos y a los actos interiores de Nuestro Señor. Los escritos de los Padres y la sagrada Liturgia encauzaban nuestras meditaciones hacia la vida interior de Cristo. Ya entonces era considerado el Corazón de Jesús como el órgano de los principales homenajes que han de tributarse a Dios, como corazón de nuestro Mediador y nuestro Pontífice, como instrumento de nuestra religión ante la Santísima Trinidad. El acto y la costumbre de unirnos a Él eran considerados como el mejor medio para el perfecto cumplimiento de nuestros deberes. Esta consideración se resume en estas palabras del canon de la Misa: Per ipsum, cum ipso et in ipso est tibi… omnis honor et gloria; por Él, con Él y en Él que todo honor asciende hacia Dios.

Per ipsum.— Nuestro Señor es nuestro Mediador y Pontífice. Lo es sobre todo por su amor, por su corazón, cuya vida toda se consume en los homenajes que, en nuestro nombre, tributa a su Padre. Esos deberes y homenajes parten de su corazón y están animados de su amor, todas sus obras de salvación tienen ante su Padre un precio sin igual.

Cum ipso.— Nuestro Señor es nuestro Hermano, nuestro Pontífice, nuestro Abogado. Cuando dirigimos a Dios nuestras oraciones (toda obra buena es una oración) unimos nuestra voz, nuestros suspiros, nuestros gemidos a la voz, a los suspiros y los gemidos del Corazón sagrado mil veces amante de nuestro Hermano. Con Él lanzamos este grito de amor: ¡Padre nuestro! Nuestros corazones, por lo tanto, deben perderse en el corazón dulcísimo del Hermano, del Sacerdote, que tenemos en el cielo y en el sagrario, para tributar a Dios todos nuestros deberes y homenajes.

Et in ipso.— En Él ofrecemos nuestras plegarias y nuestras obras, teniendo todos, aun los simples fieles, cierta participación en su sacerdocio: gens sancta, genus sacerdotale… Todos los santos del cielo, todos los santos de la tierra y del purgatorio, todos los cristianos no tienen sino un corazón en Nuestro Señor, un corazón sacerdotal que ofrece a Dios alabanza, amor y sacrificio: Hoc sentite in vobis quod et in Christo Jesu (Fil 2,5).

Omnis honor et gloria.— Toda la gloria, todo el honor que Dios puede recibir de nosotros, debe pasar por el Corazón sagrado de Jesús, el corazón de nuestro Mediador, de nuestro Sacerdote. Todo lo que no sea esto, es nada para Dios.

Esta doctrina la pusieron de relieve muy especialmente dos almas seráficas de la orden benedictina: Santa Gertrudis y Santa Matilde.

Se acentuó en los hermosos tiempos del Oratorio de Francia. Olier, fundador de los Sulpicianos, la formuló en sus escritos, particularmente en sus oficios del Sacerdocio y del Interior de Nuestro Señor. El Venerable Padre Eudes, discípulo del Cardenal Bérulle y del P. de Condren, enseñó en su escuela esta doctrina de la mediación de Jesucristo para nuestros deberes de religión hacia Dios y dio un paso más, descubrió con mayor claridad su fuente, vio que todo procedía del Corazón de Jesús y comenzó a proponer a nuestra veneración la imagen del Sagrado Corazón.

Desde la revelación de Paray-le-Monial, el Sagrado Corazón de Jesús no es solamente el órgano de los deberes que tributamos a Dios, él mismo es el objeto de nuestro culto y de nuestro amor, él recibe nuestros homenajes. Es lo que Dios pidió en sus revelaciones a la Beata Margarita María. Vela, por decirlo así, los esplendores de su divinidad bajo la amabilidad del Corazón que manifiesta a los hombres. Todo el cuadro de la redención lo resume en estas palabras: “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres”, y pide que se le dé amor por amor. Pero hasta aquí no se ha puesto lo bastante de relieve el carácter sacerdotal del Corazón de Jesús.

¿Cómo nos ha amado este Corazón? Inmolándose por nosotros. Por lo tanto, lo que el buen Maestro nos presenta es su Corazón sacerdotal, su Corazón de sacerdote y de víctima, el Corazón que nos testimonió su amor sacrificándose por nosotros en el altar de la cruz. Nos presenta su corazón de carne como símbolo de su amor, y nos pide que honremos este símbolo y, sobre todo, su amor, pero su amor herido por el sacrificio, como lo simbolizan la lanza y las espinas, su amor de sacerdote y de víctima voluntaria.

Con las palabras: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, y que nada se ha escatimado para salvarles”, ¿no pone Nuestro Señor de relieve su sacrificio a la par que su amor? Las principales manifestaciones de este amor: Encarnación, Pasión y Eucaristía, ¿no son los grandes actos sacerdotales de la vida del Salvador, y como las diversas fases de un mismo sacrificio?

Toda su vida fue adoración y amor, desde el abatimiento de la Encarnación hasta la muerte de cruz: inmolación exterior por el sufrimiento, la humillación, la pobreza; humillación interior por el amor y la adoración. Tal es el primer fin del sacrificio, así como el primer acto de su vida eucarística.

Todos los latidos del Corazón de Jesús proclamaban agradecimiento a su Padre. El Evangelio nos dice muchas veces que daba gracias, gratias agens, y la acción de gracias es otro de los fines del sacrificio. El sacrificio del altar hasta se identifica con la gratitud, cuyo nombre lleva: Eucaristía.

La oración sacerdotal animaba también toda la vida del Salvador. Hacía oración por nosotros de día y de noche. Vivía para orar y continúa orando: Semper vivens ad interpellandum pro nobis (Hb 7, 25). He aquí el tercer fin del sacrificio.

Otro sentimiento que invadía al Corazón de Jesús durante su vida mortal y que aún le hace palpitar en la Eucaristía es la reparación. ¿No es sobre el cual nuestro Señor insiste más frecuentemente en las revelaciones hechas a Santa Margarita María? Por otra parte, como el fruto de la flor, la reparación nace así del amor y de la gratitud.

El Corazón de Jesús es el órgano y el modelo de nuestra reparación. Pero la reparación, ¿no es el cuarto fin del sacrificio?

El Corazón de Jesús es, pues, muy por encima de todo lo demás, un corazón de sacerdote, y convenía que los sacerdotes le honrasen bajo este aspecto.

La devoción al Corazón sacerdotal de Jesús tiene por objeto el Corazón de Jesús sacerdote y víctima, que tan admirablemente nos describe el himno del tiempo pascual:

Almique membra corporis Amor sacerdos inmolat.

Sí, al amor, al Corazón sagrado de Jesús, es a quien eminentemente compete el carácter sacerdotal. Se inmola a sí mismo, inmola al cuerpo que él vivifica, según esta bella expresión: Amor sacerdos inmolat. Esta vida de sacerdote y de víctima, cuyo principio es el Sagrado Corazón, resume toda la vida, todas las operaciones interiores y exteriores de Nuestro Señor. Los tres grandes ríos de amor: Encarnación, Pasión y Eucaristía, de este océano parten, y a él vuelven después de haber recorrido el mundo en su curso vivificador y saludable. Aquí está todo: todos los misterios de la salvación, todos los beneficios de Dios, todas las riquezas de su gracia y de su misericordia, todo se encierra en el Corazón de Jesús, sacerdote y víctima de amor.

Nosotros, sacerdotes ¿no debemos amar y considerar bajo este aspecto al Corazón de Jesús? ¿No hemos de creernos obligados a ello? La verdadera devoción al Sagrado Corazón ¿no será para el sacerdote?

¿No aprenderemos a ser verdaderos y santos sacerdotes en esta escuela del Corazón sacerdotal de Jesús?

Sí, contemplemos a este Corazón sacerdotal. Estudiemos sus pensamientos, palpemos sus latidos, meditemos sus amores. Va a decirnos todas las virtudes sacerdotales, todos los deberes, toda la vida, toda la perfección del sacerdote.

En contacto con el Corazón sacerdotal de Jesús nos atrevemos a decir que todo sacerdote será más sacerdote de lo que era antes.

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