05 junio 2024
05 jun. 2024

Vida religiosa en Argentina: ¿Ilusión, entusiasmo o esperanza?

La Confar Argentina, propone en su encuentro anual del 2024: “Vida Religiosa, peregrina de esperanza por el camino de la paz”.

de  Lucas Emanuel Smiriglia

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El próximo año jubilar 2025 tiene como eje central la esperanza. El Papa Francisco hace resonar este fuerte llamado al testimonio de los creyentes que esperan gozosos la promesa de Dios. En esta línea la Confar Argentina, propone en su encuentro anual del 2024: “Vida Religiosa, peregrina de esperanza por el camino de la paz”. La consonancia es evidente, y la llamada acuciante. Sin embargo, vale la pena detenerse y revisar qué terreno encuentra este llamado de la Iglesia y de la realidad ya que interpela el corazón mismo de la vida religiosa como signo profético de la presencia de Dios en un mundo asediado por las guerras y las discordias.

La realidad pone de manifiesto lo que tenemos en el corazón. El Señor nos sondea no sólo de manera personal, sino que también sondea nuestro corazón institucional, y religioso, nos zarandea como cuerpo vivo, quiere moverse al ritmo del Señor, para cribar lo auténtico, y descartar lo superfluo.

La realidad está llena de la presencia de Dios. Lo sabemos por la fe, también sabemos que Dios llama y que está presente en cada persona. Sin embargo, pareciera que esta presencia queda escondida, siempre por descubrir, que las llamadas responden a voces más encantadoras que conquistan y enamoran, y que el endurecido corazón en tantas personas que reclaman como válido solamente lo propio ponen en tela de juicio lo que fácilmente afirmamos por la fe. Si Dios está en la realidad, por que llora tanto nuestro pueblo, porque hay lamentos en los peregrinos religiosos, porque hay conventos vacíos. Precisamente este llamado a la esperanza nos pone a prueba. Nuestra esperanza se prueba en tantos gritos de la realidad que reclaman una presencia cimentada en las promesas de Dios y no en maquillajes espurios.

Si bien la realidad permite muchos análisis y en distintas dimensiones: la multiplicidad del trabajo de tantos y tantas, la falta de eficacia apostólica, la complejidad de la vida y del mundo juvenil, las opciones por la periferia, etc. El camino no puede ser buscar culpables pastorales, ni mucho menos conformarnos con miradas sociológicas atenuantes, como si el mal de muchos fuese un consuelo de genios.

Sabemos que de Dios es consolar, por eso, ante la vida religiosa que está llamada a ser peregrina de la esperanza ante un panorama no pocas veces desolador consideramos que es nuestra esperanza la que se pone a prueba. La vida religiosa tiene raíces teologales y requiere una respuesta profundamente espiritual. No hay recetas, ni manuales, ni tácticas pastorales, o cursos formativos que valgan. La esperanza se transmite en la certeza de una herencia a transmitir que lleva a reconocer que el futuro puede ser y está llamado a ser mejor: más pleno, más humano, más lleno de Dios. La esperanza es la virtud del aprendiz, del que reconoce que Dios sigue haciendo nuevas todas las cosas. Precisamente por eso somos peregrinos. Como afirma Peguy, hablando de las virtudes teologales preferidas de Dios: “La fe que más me gusta, dice Dios, es la esperanza”; de hecho, se pregunta Péguy: ¿por qué hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por cien justos? Y se responde: porque Dios ve cumplida su esperanza; la suya se adelanta antes que la tengamos nosotros.

¿Qué encuentran el pueblo de Dios en la vida religiosa? ¿Nos encuentra? ¿Qué somos para ellos?

A fin de que la esperanza animada y dinamizada en tantos hombres y mujeres que buscan y necesitan a Dios no se gasten ni desilusionen antes de embarcarse, sino que se fortalezcan y perseveren es fundamental que hayamos consolidado una auténtica experiencia religiosa capaz de dar un marco de pertenencia y referencia en la cual puedan identificarse y apoyarse. Esto implica la acogida concreta en los vínculos reales de la vida religiosa creyente en las promesas de Dios que se realiza en la historia.

¿De qué o de quién dependemos para ofrecer esperanza? 

El futuro de la depende del Señor que nos consuela y confirma como peregrinos muchas veces a pesar nuestro. Estamos en sus manos. Sin embargo, es vital que hagamos todo lo posible para asegurar la continuidad de nuestro trabajo apostólico, al servicio del Reino, sembrando paz, conciliación, diálogo, puentes. Desde que el Señor estableció su alianza con Abraham, Isaac, y en tantos otros, la fecundidad se manifiesta como signo de la promesa. El profetismo de la vida religiosa no es una cuestión sociológica o de análisis cuantitativos, sino que toca la validez de la propia vocación y del servicio eclesial, y la opción decidida por la fecundidad o la esterilidad. No hay fecundidad posible sino se le deja vía libre al Señor que regala fecundidad a quien quiere e implica al mismo tiempo la libertad de cada uno como colaboradores de su viña.

¿Cómo situarnos y ubicarnos ante el llamado a ser peregrinos de esperanza? 

Si la esperanza depende del Señor y somos trabajadores y trabajadoras de su viña, podemos reconocernos en este campo desde el llamado mismo de Dios. Entre los esfuerzos que la vida religiosa realiza en el servicio a la Iglesia y aquellos esfuerzos que realizamos para ayudarnos a nosotros mismos, se puede situar el problema de las la esperanza que se pone a prueba en esta hostil realidad. Podemos examinarnos delante del llamado a la esperanza por el camino de la paz, para ver porque el Señor, Dueño de la mies, nos sarandea en la esperanza, confrontándonos con la dureza de la realidad que parece muchas veces reírse de los consagrados.

¿Cómo examinar el sarcasmo de la realidad que atenta contra la esperanza y desanima en la paz? 

Reconocemos que la consolación espiritual depende de Dios, y que cada religioso y religiosa es una consolación en cuanto llamado por Dios. Así cada peregrino es una bendición y una posibilidad de consolación para toda la Iglesia. Nos puede ayudar recuperar las tres posibles causas que usa San Ignacio para comprender la lejanía de la experiencia de la consolación, aplicada a la realidad de la llamada a la esperanza que la vida religiosa en Argentina alienta.

La primera toca la libertad propia de cada posible peregrino libertad, podemos reconocernos tibios y negligentes. Así podemos llamarnos peregrinos desde el sillón, o peregrinos en uber, o quizá peregrinos de aeropuertos, pero sin movimiento interior. Las otras dos dependen propiamente del modo en cómo el Señor se comporta con nosotros: por un lado, para poner a prueba nuestra fidelidad y darnos a conocer lo mejor de nosotros mismos, y del otro lado, a partir de esta experiencia ayudarnos a reconocer que es su gracia y no nuestras estrategias las que producen fruto, tener esperanza y ser peregrinos de la misma es puro don. Es la presencia de Dios que se realiza en la vida religiosa la que sostiene en la esperanza por caminos de paz aún en medio de las turbulencias.

La esperanza va buscada, pero son don de Dios. Estamos llamados a trabajar incansablemente en la llave de la cosecha, pero es siempre el Dueño de la mies el que suma esperanza, fortalece en la paz en la misión. La vocación es fruto de nuestra libertad, pero sobre todo regalo del Señor. Todo esto indica que la acción cristiana no es mera obra humana, ni exclusiva acción divina, sino fruto de una unión en cual el inicio y el fin le tocan a Dios, pero en el mientras estamos cada uno con la herencia confiada, animados por el Espíritu de la misión que intentamos llevar adelante con esperanza.

Asumir ser peregrinos de esperanza como vida religiosa, no significa meramente multiplicar proyectos pastorales, o industrias vocacionales, tampoco será suficiente la sola confianza en la generosidad del Señor. Estamos llamados a pedir el deseo de tener una descendencia, y de crecer como el cielo y el cómo el mar, creyendo en la validez y fecundidad de nuestra misión. Es importante que sea la vida religiosa, encarnada en tantos hombres y mujeres, comunidades e instituciones quienes le pidamos al Señor esperanza, esa misma que no defrauda que es la de Dios que lo llamamos Señor de la historia en Jesús, cuando en nuestro peregrinar somos testigos de “los heridos y agobiados”.

Esta petición hará crecer la consciencia común del problema, que nos protegerá de la negligencia respecto a nuestro esfuerzo del peregrinar cayendo en ilusiones banales, y también, nos librará de caer en la tentación de creer que esto depende de nuestra voluntad, fruto de un entusiasmo siempre provisorio. En el mientras, esta peregrinación eclesial y compartida nos dará ocasión de mostrarle a Dios nuestro ardor por el evangelio que sigue llenando de vida la realidad, y nos convoca desde las entrañas de la misma a reconocernos, todas y todos trabajadores de la viña, peregrinos de esperanza por el camino de la paz.

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