Carta para el 14 de marzo 2025, en el aniversario del nacimiento del Padre León Dehon
Este año celebramos el natalicio del Venerable P. León Dehon arropados por el Jubileo ordinario de la Iglesia: «La esperanza no defrauda» (Rm 5,5). Lo hacemos, además, en la inmediatez del centenario de su muerte y en camino hacia los 150 años de fundación de la Congregación (2028). Son eventos y fechas que nos invitan a renovar nuestro compromiso cristiano y a agradecer a Dios la vida, el carisma y la obra de nuestro fundador. Él mismo conoció los jubileos universales de 1875, 1900 y 1925. El último de ellos lo convocó Pío XI con la bula Infinita Dei misericordia. En aquel entonces el Sumo Pontífice confió tres intenciones específicas a la misericordia divina: la paz en los corazones y entre las naciones, la unidad de los cristianos y la regularización – ya en aquel entonces – de la situación de Palestina.
Mientras la Iglesia se adentraba con esos anhelos en el Jubileo de 1925, nuestro Fundador iba presintiendo más cercano el final de sus días. En enero de ese año escribía en su diario: “Mi carrera está terminando, es el ocaso de mi vida”. Consciente del momento, con honestidad serena se preguntaba: “¿Qué ha sido de estos 82 años?”. Se cuestionaba como si él mismo fuera uno de aquellos siervos del Evangelio urgido a dar razón de cuanto su señor le había confiado. Sin dejar de reconocer su fragilidad, en su respuesta consolida también su convicción más arraigada: “He cometido infinidad de faltas, pero confío en la misericordia del Sagrado Corazón”.
De hecho, no son pocas las veces en las que el P. Dehon confiesa sus desaciertos y sus debilidades, pero siempre junto a la manifestación de una confianza inquebrantable en la bondad del Señor. No desaprovechó ocasiones significativas para así expresarlo, sobre todo en ocasión de ciertos aniversarios o ante determinados eventos congregacionales o de su propia vida. Los aprovechaba para “ouvrir mon coeur”, como él mismo dice, y compartir sobre sí mismo, su vocación y sus expectativas sobre la Congregación. Un buen ejemplo lo tenemos en sus “Recuerdos 1843 – 1877 – 1912”, publicado con motivo de sus setenta años de vida. Él mismo los presenta como si se tratara de su testamento espiritual.
Desde su buena memoria, con su hondura espiritual y la madurez serena de los años, el P. Dehon nos ofrece mucho más que una sucesión de acontecimientos a modo de crónica. En la medida en que el lector se adentra en sus páginas, puede ir reconociendo la voz de un hombre que sabe leer la vida con ojos creyentes. Por eso, precisamente, fue capaz de asimilar, y no sin sufrimiento, las adversidades y los reveses que le fueron llegando.
En medio de todo, del abandono en manos de Dios hizo su mejor ejercicio cotidiano. El P. Dehon se nutrió con avidez en el Evangelio, meditado, contemplado y celebrado en la Eucaristía, en el estudio y en la comunión permanente con la Iglesia; atento siempre a los vaivenes de su tiempo. De hecho, sorprende el grado de compromiso que desarrolló desde primera hora. Nos lo da a entender él mismo cuando menciona parte de su quehacer en los inicios de su ministerio:
Tuve en Saint-Quentin un buen grupo de colaboradores para las obras, para el Patronato, el periódico, la fundación de la parroquia de San Martín. El Patronato llevó a la fundación del Círculo obrero, las Conferencias sociales, las reuniones de patrones… Era una pequeña Universidad social…
Sin embargo, su celo apostólico no lo distrajo de sí mismo ni de la inquietud vocacional que Dios había sembrado en su corazón. Algo especialmente latente exigía aún su atención:
Tenía vocación religiosa desde mi adolescencia. Siempre era la conclusión de mis retiros. Pero no tenía luces de oración para elegir una comunidad en lugar de otra. Buscaba y esperaba. Toda mi atracción era por el Sagrado Corazón y la reparación.
Pero en esta líneas el P. Dehon no nos describe únicamente su estado vocacional. Nos revela nítidamente cómo asume el proceso de discernimiento, su método. Es decir, nos habla del “modo dehoniano” de lidiar con la vocación: “Je cherchais et j’attendais”. ¡Buscar y esperar! Todo un equilibrio de deseos y emociones. Saber escudriñar y aguardar el tiempo oportuno, el kairós de Dios, que irrumpe en lo cotidiano y en lo imprevisto. Mantener el corazón despierto y capaz de mirar más allá de los logros o de los fracasos inmediatos. Al respecto, me viene a la mente lo que decía un sabio y probado obispo de Cuba: “lo importante no es terminar la jornada con la satisfacción de haber logrado el bien deseado, sino más bien concluirlo con la honestidad de haber hecho todo lo posible para lograrlo, aunque no se haya dado”.
¿Acaso no nos enseña esto el P. Dehon con su testimonio? De hecho, día tras día aprendió a dejar abierta la vida y sus tiempos a la acción buena de Dios. Acogiendo el querer del Padre, supo abrir su existencia y su misión a la colaboración estrecha con los demás. No se perdió en la tiranía de las veleidades, ni quedó sofocado por protagonismos efímeros incompatibles con el camino de Jesús. Supo buscar y esperar. Para mantenerse en esa buena disposición, seguro que acudió, y de manera reiterada, a la meditación pausada y permanente del Evangelio.
¿Qué relatos crees que pudieron inspirarle? ¿Por qué no considerar, por ejemplo, el de un tal Andrés y su compañero cuando estaban con Juan al otro lado del Jordán? Sin haberlo imaginado, allí ambos iniciaron el discipulado novedoso que colmaba para ellos la espera más arraigada de su pueblo. Una muy simple pero provocadora pregunta del Maestro –“¿Qué buscan?” (Jn 1,38)– les bastó para comprometerles de por vida. ¿Y qué decir de aquella mujer, de por sí buscadora, María Magdalena, cuando una pregunta – “¿A quién buscas?” (Jn 20,15) – vivificó su rostro y su espera con la alegría de la Pascua? En cada uno de ellos, en Andrés y en María, la búsqueda y la espera se vieron plenamente saciadas en el encuentro con Jesús. Lo acontecido transformó de tal manera sus vidas que les llevó a ser ante sus hermanos y sus comunidades testigos de «la esperanza que no defrauda», portadores entusiastas de la buena noticia del Señor vencedor de la muerte y del mal.
El P. Dehon nos sigue hablando con su vida de esa misma Buena Noticia. Por ella se fue entregando fiel y gozosamente al servicio del Reino. Pero a este punto, parece oportuno recordar que ya anciano, a pocos meses de su muerte, nuestro Fundador aún se ocupaba, no solo de la gran noticia del Evangelio, sino también de aquellas más cotidianas con la intención de suscitar el interés y el diálogo en su comunidad sobre el acontecer diario. ¿Cómo y a quién anunciar el Evangelio sin conocer este mundo y sus complejas realidades?
Compro periódicos para la comunidad, me parece bueno que estemos al tanto de la historia contemporánea y que tengamos algún tema de conversación.
De seguro que no todas las noticias de entonces eran buenas. Lo sabemos. Tampoco lo son las de hoy. Las intenciones del Papa que más arriba señalamos en el Jubileo de hace 100 años siguen dolorosamente vigentes. Para solucionarlas, no faltan en nuestros días quienes pretenden erigirse como nuevos becerros de oro dispuestos a liderar a la humanidad hacia imposibles “paraísos exclusivistas”, a “tierras raras” para ser expoliadas o al disfrute de “riberas de ensueño” construidas sobre la crueldad devastadora. Son los falsos ídolos de siempre. Como tales, ni buscan ni esperan. Tan solo devoran.
Gracias a Dios no nos faltan modelos de bondad y de compasión que, bien al contrario, nos alertan y nos indican el verdadero camino a seguir. Entre otros, nuestro Venerable P. Dehon a quien hoy recordamos con especial afecto y gratitud. Su vida y su carisma son don de Dios para la Iglesia y para todas las gentes. Custodiemos con renovado ardor y autenticidad, empezando por casa, su anhelo para cada uno de nosotros, para nuestras comunidades y para cuantas personas reconocen en él un aliento para su vida cristiana y un estímulo para seguir “buscando y esperando”:
El Padre Dehon espera que sus religiosos
sean profetas del amor
y servidores de la reconciliación
de los hombres y del mundo
en Cristo [cf. 2Cor 5,18] (Cst 7).
Fraternalmente,
P. Carlos Luis Suárez Codorniú, scj
Superior general y su Consejo