A Ti, Señor, levanto mi alma

de  Gonzalo Arnáiz Álvarez, scj

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La liturgia de este domingo se abre con esta antífona de entrada. Es un grito de esperanza. El salmista constata una situación nada propicia y de peligro inminente. Su confianza está puesta solo en Dios. Solo Dios puede garantizar su futuro y solo Dios es su ESPERANZA. Esta es la actitud-virtud del Adviento: poner nuestra esperanza en Dios que es el garante de nuestro futuro. Un futuro ciertamente salvador que plenifica toda nuestra realidad y nuestra esperanza.

En la primera oración de la eucaristía, pedimos que se avive en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo, que viene. Estamos diciendo que queremos mirar al futuro como el gran encuentro con Cristo que está por venir. Es una petición interesante, porque quizás notamos que estamos faltos de esta mirada y de esta perspectiva en nuestras vidas. Nuestra mirada y expectativa es mucho más terrenal y alicorta. Miramos el presente y nos aferramos a él. La venida del Señor en el último día realmente no nos preocupa demasiado. Es algo para pensar tan solo en los momentos finales de la vida, si fuera el caso.

En la oración sobre las ofrendas pedimos que la eucaristía que celebramos sea prenda  para nosotros de salvación eterna. Vuelve a sonar esa salvación eterna como anticipada de algún modo en la eucaristía y como la garantía de que la vida eterna llegará a plenitud en el último día.

La oración final nos invita a descubrir en nuestra vida mortal el valor de los bienes eternos. Podemos decir que estas oraciones nos ponen el marco de esta eucaristía y de todo el tiempo de adviento. ALZAR LA VISTA Y MIRAR AL FUTURO CON ESPERANZA.

El profeta Jeremías nos invita a la espera de los tiempos mesiánicos donde un vástago de David hará justicia y derecho sobre la tierra. Jerusalén será llamada “Señor, nuestra Justicia”. Dios se revelará como el Justo y el pacificador. Dios cumple sus promesas porque es FIEL.

San Pablo habla de la venida del Señor y la necesidad de que rebosemos en el amor mutuo para que podamos entrar en plena comunión con el resucitado. El amor mutuo es garantía de éxito. Al mismo tiempo es “el camino” a seguir para llegar al término feliz del encuentro con el Señor. Y también es “anticipo” de esa realidad futura que se hace presente ya en esta nuestra historia. Vivir la fraternidad es ya saborear la realidad nueva del cielo.

San Lucas nos invita a mirar al futuro-esperanza como principio de acción. Vivido desde la esperanza, este tiempo no será tiempo de escapismo, de huida del mundo, o del desenfreno alocado, sino un tiempo para ir fraguando el futuro esperado e incluso adelantarlo. Es interesante paladear un poco alguna de las palabras del Evangelio: Los imperativos de Jesús.

“Cuando empiece a suceder esto…

Levantaos . Seguimos siendo libres. No estamos sometidos a ningún poder de este mundo. Podemos dejarnos seducir por estos poderes, pero siempre está en nuestras manos el no sucumbir y el mirar hacia el futuro con esperanza.

Alzad la cabeza. Llega vuestra liberación. No somos esclavos. No hay que ir cabizbajos ante nadie. Jesús nos ha traído y trae el “rescate” por el que somos liberados de nuestros pecados, de nuestro corazón torcido, de nuestro egoísmo, de la muerte y de las secuelas de nuestra finitud.

Tened cuidado. Un toque de atención. No todo es Jauja.

¿Cómo tener cuidado?

No se os embote la mente. La mente está hecha para buscar y descansar en Dios. Emplearla en vicios, bebidas, agobios de la vida es desperdiciarla y acercarse al despiste en los caminos de la vida. Nos puede sacar de la ruta y llevarnos al precipicio. “Aquel día” o el “Día del Señor” es siempre inminente. Está ahí. Y ese día nos urge a preparar el camino y a no andarnos “por las ramas”.

Estad siempre despiertos. VIGILANCIA. La actitud del creyente es siempre la del vigilante: “Como el vigía espera la aurora, así espero yo ver tu rostro, Señor”. Vigilar y auscultar los signos de los tiempos, los “kairós” de Dios que pasa a nuestro lado. Evitar que pase “sin detenerse”. Invitarle que entre en “nuestra tienda”, que acampe entre nosotros. Abrir nuestra alma, mente, espíritu, corazón para que el Otro y los otros me puedan “invadir”.

Pidiendo fuerza. ORAD. San Lucas no se olvida de algo fundamental. Vamos de la mano de Dios. Es Él el que nos da su mano, su Espíritu para re-animarnos, re-armarnos, re-crearnos y hacernos caminar en nueva vida. No podemos olvidar que somos regalo de Dios y que nos sigue regalando permanentemente su Espíritu para que no se nos embote la mente. Pidamos el Espíritu. Lo único realmente necesario. Es el antídoto contra todas las depres, contra todas las des-esperanzas, contra todas las muertes.

Mantenerse en pie ante el Hijo del hombre. No basta con levantarse. Hay que mantenerse en pie. Ser valientes y luchar contra viento y marea. No desesperar nunca. Pero además a quien esperamos es al “Hijo del hombre”. Es alguien igual a nosotros, de nuestra raza, de nuestro pueblo. Es nuestro hermano. Hay una proclamación clarísima de la igualdad entre todos nosotros, entre todos los hombres. No hay que doblar la rodilla ante nadie. Nadie es más que nadie. No existen rangos ni castas entre nosotros, ni siquiera la sacerdotal. Todos iguales por el bautismo; todos iguales por ser hijos de Adán e hijos de Dios.

Hermanos, feliz Adviento y feliz inicio de año litúrgico. Que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a todos (Tesalonicenses 3, 12 -4,2).

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