¿Y José? Mateo lo presenta, literalmente, como “el hombre de ella”. Sin embargo, enterado del estado de su prometida, pero ajeno a los modos de Dios, optó por “dejarla ir”. Pero su decisión lo sumergió en un conflicto interior. El hombre “justo” se veía atrapado entre la justicia implacable que conocía y lo que en verdad deseaba. Él mismo parece disconforme con lo que acaba de decidir.
De hecho, algunas de las palabras que el evangelista usa para identificar lo que José pretendía hacer se acercan peligrosamente a las usadas para describir el proceder de Herodes y de Pilato. Al primero, cuando actúa “en secreto” contra el rey de los judíos recién nacido (cf. Mt 2,7); al segundo, “dejando ir” al criminal y condenando al verdadero justo, al mismo rey niño al que Herodes tanto temía (cf. Mt 27,11.19.26).
José no deja de darle vueltas a lo que estaba pasando, como quien deseara resolverlo todo de otro modo. Precisamente, “mientras pensaba en esto”, aconteció lo inesperado: Dios se le acercó. Lo hizo en el momento en el que la condición humana se abre sin cautela a lo imprevisible de los sueños. A través del ángel, Dios confirmó la pertenencia de José a su pueblo. Le recordó que es hijo de David, no de la Ley severa, ni del miedo. Y en ese pueblo, además, le pide que renueve su vínculo con María, la mujer dócil al Espíritu.
(De la carta de Navidad 2020)