Aunque no es un dehoniano, el testimonio de Mons. Pedro Casaldáliga se une a la espiritualidad dehoniana: oblación y reparación.
El 8 de agosto, el obispo Mons. Pedro Casaldáliga murió en Batatais, Brasil, debido a problemas respiratorios agravados por la enfermedad de Parkinson. Nacido el 16 de febrero de 1928 en Barcelona, España, entró en la Congregación de los Misioneros Hijos del Corazón de María – Claretianos en 1943 y fue ordenado sacerdote el 31 de mayo de 1952. A la edad de cuarenta años fue enviado a Brasil como misionero a San Félix de Araguaia, una prelatura de la que llegó a ser obispo después de su ordenación episcopal en 1971, y permaneció allí hasta el final de su vida.
La fama de Mons. Pedro Casaldáliga se extendió mucho más allá del territorio brasileño debido a su labor pastoral vinculada principalmente a las cuestiones indígenas y los conflictos agrarios, y también a la juventud. Aunque no era un dehoniano, se cruzó varias veces en el camino de algunos de nuestros cohermanos, y hoy, como forma de homenaje, dan testimonio de sus experiencias con Mons. Pedro.
Mons. Vilsom Basso, obispo de Imperatriz, recuerda las ocasiones en que conoció a “Pedro”, como a él mismo le gustaba que le llamaran, a veces con “mucha energía y esperanza”, a veces “sereno y silencioso”. Era realmente un “hombre especial y único” con una “sonrisa suave y constante, profecía y coraje”. Para Mons. Vilsom, cuyo cumpleaños es el mismo que el de Mons. Pedro, conocerlo fue un “privilegio inmerecido, pero una gracia especial”.
Mons. Vital Chitolina, obispo de Diamantino, región cercana a San Félix do Araguaia, recuerda que Mons. Pedro “experimentó en su piel y en su corazón innegables desafios… experimentó las distancias geográficas y humanas… fue testigo de la brutal toma de innumerables vidas… denunció el abandono y la explotación de las minorias… extendió sus manos a los pobres”. Aunque no buscaba “reconocimiento u honor”, hizo que su “nombre y su apostolado fueran reconocidos en todo el mundo”.
P. Cláudio Weber, ex Consejero General, reconoce que, aunque se había encontrado pocas veces con Mons. Pedro, aprendió mucho de él y comenzó a admirarlo: “Leo sus artículos y poemas cada vez con mayor interés”. Considera al obispo un “dehoniano ejemplar por su espíritu de oblación-reparación”, alimentado “en la comunión y la adoración eucarística”, y con una “capacidad intelectual y una elocuencia poética” al servicio de la misión.