1. Seguimiento dehoniano de Cristo
El Concilio Vaticano II, en su valiente proyecto de renovación de la Iglesia católica, implicó también a las antiguas Órdenes e Institutos religiosos, después de haberlos honrado con un capítulo específico en la constitución central de la Lumen Gentium. De ese capítulo de carácter eclesiológico surgió posteriormente el decreto conciliar “Perfectae Caritatis”, dedicado específicamente a promover una “accomodata renovatio” de todo ese mundo multiforme de instituciones que recibe el nombre de “vida religiosa”. Una “accomodata renovatio” que, por un lado, debe ir a las fuentes para redescubrir el carisma fundacional original dado por el Espíritu a la Iglesia a través de los fundadores; y por otro lado, debe fijarse en las necesidades cambiantes del tiempo presente; para su mejor benificio debe ser actualizada.
Una tarea tan vasta y delicada se confía a los respectivos Institutos, según las normas de prudente adaptación que deben observarse. Sin embargo, el Concilio estableció algunos principios generales que debían orientar toda acción, para darle un sentido verdaderamente cristiano. Tal vez sea útil recordar que el propio Concilio, al formular estos principios generales, se basó no sólo en las fuentes canónicas, sino también en esa levadura de auténtica renovación que se había ido gestando en los diversos movimientos católicos de las décadas anteriores (movimientos patrísticos, bíblicos, litúrgicos, etc.). También para los religiosos, animadores omnipresentes en estas obras de renovación católica, había llegado la hora de volver a la juventud del Evangelio y a los orígenes cristianos.
2. Seguimiento de Cristo, regla suprema
El primer principio general de la renovación decía: “Como quiera que la última norma de vida religiosa es el seguimiento de Cristo, tal como lo propone el Evangelio, todos los Institutos ha de tenerlo como regla suprema” (PC 2a).
Este recordatorio, que se remonta a los inicios del cristianismo, era de gran importancia; arrojaba luz autorizada y moderada sobre el complejo cúmulo de normas y costumbres que habían crecido a lo largo de los siglos, aportando riquezas de experiencia espiritual, pero también sobrecargando con el envejecimiento que podía sofocar la genuinidad carismática y el fervor nativo de las fundaciones.
Este primer principio conciliar, que regresa a nuestros orígenes evangélicos, puede ayudarnos a dar un salto adelante, devolviendo la vida religiosa al terreno evangélico, desligando algunas formas de vida religiosa de los principios meramente ascéticos y penitenciales.
“Seguimiento” (‘sequela’ en italiano) es un sustantivo de reciente acuñación, basado en el verbo evangélico “seguir”, muy común para indicar el movimiento protocristiano. En sí, fue una experiencia irrepetible desde el principio, pero debido a la fascinación que desprendía, volvió a la vida tras la resurrección de Cristo, y continuó a lo largo de la historia de la iglesia como un vivero, que promovía la santidad de la comunidad y también generaba “gigantes” de la doctrina cristiana.
Los primeros discípulos de Jesús fueron llamados personalmente por Él para seguirlo, y dejaron todo lo que eran en ese momento para seguir a ese predicador itinerante. Una llamada personal que vino a encajar en ese grupo que ya seguía a Jesús.
En ese contexto, el neófito vivía en constante compañía, dedicándose cada día a los pobres y enfermos que acudían a Jesús. La presencia continua de Jesús, su palabra, su dedicación a las personas necesitadas los formó. Sin su habitual seguridad diaria, se abandonaron totalmente al Padre, como hizo el Maestro, y también ellos comenzaron a predicar el amor del Padre y el Reino de la salvación.
Lo que decidió el gran desprendimiento en la convocatoria y mantuvo unido al grupo fue, sin duda, el resplandor de la persona de Jesús, esa presencia suya perdurable, esa palabra autorizada, ese amor de amigo y de Maestro. Pedro, uno de ellos, dijo esto públicamente al final de una crisis: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6,68).
Seguir no es sólo caminar junto a Él, sino tener un vínculo espiritual con Él, adherirse a su causa, desde la profunda amistad, hasta el punto de ver germinar la semilla milagrosa de la fe en su misterio.
3. Consagrados en el seguimiento de Cristo
Fue una gran alegría cuando, hojeando los primeros borradores del Capítulo General de 1973, encontramos que la parte central y totalmente nueva de la Regla de Vida había adoptado como título el primer principio del Concilio: “En seguimiento de Cristo”.
Al continuar la lectura, nos dimos cuenta de que ya no pensábamos en nuestra querida espiritualidad como una devoción extraña, ligada a visiones recientes y comunicaciones secretas, sino que la releíamos en el eje bíblico, es decir, a donde la Iglesia católica, hacía ya años, había vuelto o regresado. Nos interpela inmediatamente, pero no como llamados a construir nuestra propia perfección personal, permaneciendo lo más lejos posible del mundo. La visión del amor de Dios que construye su Reino en el mundo, con nuestra colaboración, hace vibrar a los discípulos del P. Dehon, que se había entregado completamente. Ya este fondo intensamente bíblico nos invita a orar, estudiar, trabajar y relacionarnos de otra manera. Más que alumnos de una buena tradición, nos sentíamos discípulos directos de Jesús, sus compañeros de vida y misión. Y con Él y como Él, hijos de su propio Padre, y hermanos de todo hombre.
Nuestra vida ya no se sentía referida a sí misma, un pequeño tesoro doméstico que había que guardar, sino un regalo para Él, para Cristo y para el mundo. Ya no huyendo del mundo, para estar a salvo, sino como misioneros, aunque sean pequeños, pero misioneros de Cristo y de su Iglesia en nuestro Instituto.
4.
Al renovar su Regla de Vida, los dehonianos han dado a la parte central de la misma, totalmente nueva, el título que se hace eco de la voluntad del Concilio: “En seguimiento de Cristo” (cst. 9-85).
Y comenzaron reconfirmando la adhesión que siempre han tenido a su carisma: “Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en Él”. Fue la fe en ese amor lo que inspiró su decisión de “dejarlo todo para seguir a Cristo; en medio de los desafíos del mundo”. Porque es precisamente en Él donde el Padre ha manifestado ese amor; y lo sigue manifestando porque Cristo “que está presente en nuestro mundo para salvarlo” (cst. 9).
Ese amor está decidido a construir su Reino en el mundo, inimaginable en su belleza y poder.
De hecho, ya está en marcha, en su mayor parte invisible, pero todos los hombres se emplean en su realización, aunque con una cooperación incierta.
Pero el Reino está en marcha. Y Jesús, que lo anunció, ruega al Padre que acelere su cumplimiento; y por su llegada dará su propia vida (cst. 11).
“Su Camino es nuestro camino”, proclama enérgicamente la Regla (cst. 12). Es el camino del seguimiento dehoniano.
El camino del Reino al que damos primacía en nuestra vida.
5. Siempre presente
El secreto del discipulado, de su fascinación, de su poder de permanencia es Él, su presencia tan cercana.
Una presencia cercana a cada uno de los suyos y cordialmente interesada. Es ciertamente, por esa presencia amorosa por la que se sintieron acompañados, que los discípulos aceptaron abandonar todo su presente para compartir su vida desde entonces con Él y con los que ya estaban con Él. Su presencia es la fuerza secreta que hace perdurar la aventura del discipulado. Esa fuerza de atracción se ha seguido sintiendo y amando en la Iglesia desde hace dos mil años, dando lugar a las más variadas formas de adherencia. Los fundadores y patriarcas del monacato no han sido sino instrumentos vivos de esa atracción invisible.
Está en el origen de la Iglesia, tras el ignominioso epílogo del Calvario, la presencia del Señor resucitado que llenó de alegría a los discípulos en la noche de Pascua. Esa presencia discreta parece seguir a su grupo, que había llegado al punto de colapso, y volver a ponerlo en el camino de la misión. Los acontecimientos de la Pascua demuestran que el discipulado no estaba muerto, sino que resucitó por la presencia del Resucitado. Esa conciencia viva de su cercanía les hace capaces de comprender el drama de la cruz del Mesías.
Es una presencia real que pide a sus seguidores que se hagan presentes en los hermanos, debilitando esa presencia egoísta que desgasta la caridad cristiana.
Seguir a Jesús es un movimiento sugerido y animado por el deseo de parecerse a Él, uniendo la imitación a la admiración.
El carisma dehoniano de seguimiento impulsa el proceso de asimilación y cooperación en su obra de salvación, especialmente con los más necesitados.
“Como discípulos del P. Dehon, quisiéramos hacer de la unión a Cristo en su amor al Padre y a los hombres, el principio y el centro de nuestra vida” (cst. 17).
Breves elementos biográfico: Francesco Duci
Miembro de la Provincia ITS, fue durante muchos años profesor de Teología Dogmática y Fundamental en el “Studentato Missioni di Bologna”. Fue Consejero Provincial del ITS de 1963 a 1966. En la actualidad (2022) reside en la comunidad de Bolonia II.