05 julio 2021
05 jul. 2021

De la comunidad a la fraternidad

Hoy es evidente que la vocación discipular, tal como se presenta en sus aspectos visibles de vida vivida, no consigue atraer a nuevas personas de calidad y generativas, debido también por el hecho de que las premisas de muchos modelos de vida religiosa no son sostenibles hoy ni siquiera desde el aspecto teológico.

de  Rino Cozza, csj
Testimoni

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En la vida religiosa, ¿es compatible el modelo actual de “comunidad” con el modelo de “fraternidad”? Para responder a esta pregunta, el punto de partida es la conciencia de que la dificultad actual de la vida religiosa viene dada por la crisis de su modo de ser hoy en la historia.

Entonces, ¿qué puede devolver a esta forma de vida discipular el atractivo espiritual y humano de una vocación arraigada en el deseo de asumir la actitud de Jesús, sanador, amante de la vida, amigo de los vencidos y marginados? Una elección, pues, de personas que saben captar los sueños que tuvo Cristo, capaces de crear alegría de vivir y de darse.

Hoy es evidente que esta vocación, tal como se presenta en sus aspectos visibles de vida vivida, tiene dificultades para atraer a nuevas personas de calidad y generativas, debido también a que las premisas de muchos modelos de vida religiosa no son sostenibles hoy ni siquiera bajo el aspecto teológico. [i]

Pero si ha desaparecido un determinado modelo, no ha desaparecido ciertamente en la Iglesia una enérgica tensión espiritual, una perspectiva ideal de un nuevo tipo de vida discipular como sociedad fraterna e igualitaria dentro de un pluralismo de modelos de comunión que asumen las características, la cultura, los valores humanos y religiosos del momento que nos toca vivir.

El modelo que hemos heredado del pasado sufre la suma de muchos dictados de diferentes momentos, sumados a lo largo de los siglos por la mentalidad de la adición.

Destaco algunos de ellos. En la época de la “anacorexia”, el apa (padre) Arsenio (siglo IV), enseñaba a sus seguidores: “huye de los hombres y te salvarás”, [ii] de ahí la convicción de que no se podía estar junto a Dios y los hombres.

Posteriormente, tras el período de las persecuciones -época en la que el “martirio” se consideraba el ideal de la perfección cristiana-, el término “martirio” se dijo de la vida monástica, haciendo que la idea de “sacrificio” se convirtiera en una especie de identidad. Entretanto, con el estímulo de la espiritualidad de la época, la religiosidad de algunos grupos pasó a ser de tipo sacral, lo que condujo a un perfil monástico, que hizo del “seguimiento” su privilegio exclusivo.

Después de varios siglos, en el “Renacimiento”, el Card. Bellarmino teorizó la Iglesia como una “sociedad perfecta”, entendiendo por esta expresión una sociedad exactamente igual a la “del pueblo romano, o del reino de Francia, o de la república de Venecia”, es decir, una sociedad jerárquica, piramidal, formada por “señores y súbditos”. [iii]

Finalmente, en los últimos siglos hemos llegado lentamente a lo que se dice en la instrucción vaticana “Escrutad”: “Puede ocurrir que con el tiempo las necesidades sociales conviertan las respuestas evangélicas en respuestas medidas sobre la eficacia y la racionalidad “de los negocios”, con la consecuencia de que la vida religiosa “pierde su autoridad, su audacia carismática y su parresía evangélica, porque es atraída por luces extrañas a su identidad”. [iv]

Más allá de los modelos heredados

“Odres nuevos para vino nuevo”[v]: esta expresión de la Congregación para la Vida Consagrada (CIVCSVA) viene a decirnos que ahora nos encontramos con la conciencia de que no hay soluciones codificadas capaces de generar lo inédito, porque todas las ideologías humanas que provienen de épocas lejanas son inevitablemente miopes, al estar centradas en el tiempo que las hizo nacer. Estamos en otra época mental, que también ha marcado muchos pasos adelante en el campo antropológico, sociológico y teológico, y al mismo tiempo nos está haciendo comprender que si no entramos en el proceso de la vida que es el cambio, la evolución, hasta las experiencias más bellas se desvanecen, las iniciativas más generosas se anquilosan, los carismas de los fundadores se institucionalizan y pierden el rumbo.

El futuro que esperamos para la vida religiosa o es “pascual” o no lo será. Para ello, tendrá que pasar por el destino del grano de trigo, según el cual morir es algo inherente al proceso de “dar a luz”. Lo que debe morir en la vida religiosa es lo que en función del Evangelio ya no la beneficia, sino que la entorpece. Se trata, sin embargo, de no hacer pasar por evangélico lo que no lo es, una tentación que hoy se apoya abundantemente. No son evangélicos los sistemas organizativos complejos y verticalistas que se caracterizan inevitablemente por la despersonalización y la dependencia; por el contrario, lo son aquellos en los que se da preferencia al camino de la fe antes que a la rutina de la observancia que no facilita la frescura del encuentro con el Señor, porque suele estar más atento a la ortodoxia formal que al evangelismo.

“La crisis actual no es ajena al servicio de la autoridad”.

En el documento “Para vino nuevo en odres nuevos” [vi] de la Congregación para la Vida Consagrada, se dice: “No podemos dejar de preocuparnos por la persistencia de estilos y prácticas de gobierno que se alejan y contradicen el espíritu de servicio, hasta degenerar en formas de autoritarismo, [vii][…] que dañan la vida y la fidelidad de las personas consagradas. [viii]

No había autoritarismo en los inicios del cristianismo cuando existía la autoridad de hombres eminentes en dones espirituales, es decir, líderes de un auténtico camino espiritual, para quienes el término autoridad indicaba la función de elevar a los hermanos, formando parte de todo el proceso de discernimiento y no como un agente externo o superior. Sin embargo, cuando más tarde se le dio al concepto de autoridad un significado jurídico, equivalente a una verdadera “potestas”, a menudo tuvo la tentación de imponerse a la voluntad de los demás. Y así es Y. Congar escribió: “la autoridad, que comenzó siendo de tipo orientativo-ascético, asumió con el tiempo un carácter directivo acentuado y a menudo dominante, llevando la “sumisión” a ser un elemento fundamental de la fe. En consecuencia, los canonistas anteriores a Suárez (siglo XVI) presentaban el poder de dominio como el poder propio de los gobernantes, en virtud del cual son “dueños absolutos” de la voluntad de sus “súbditos”. [ix]. La consecuencia fue que la Iglesia se cristalizó cada vez más, dando lugar a lo que – Y. Congar de nuevo no duda en llamar a una verdadera y propia “jerarcología” de impronta pagana. [x]

Sin embargo, hay que decir que cuando hablamos de “poder” estamos utilizando un término con un significado complejo y no exento de ambigüedad. El poder del gobierno es algo bueno, necesario en todas las sociedades participativas para las que no puede haber más que un centro regulador de superintendencia y coordinación, mientras que el poder por el que Cristo dijo: “Que no sea así entre vosotros” es desastroso.

Hoy, sin embargo, nos encontramos en un momento en el que -como se dice en “Para vino nuevo”- “hemos pasado de la centralidad del papel de la autoridad a la centralidad de la dinámica de la fraternidad”, [xi] por lo que las posiciones de dominio expresadas también en los adjetivos “superior” y “súbdito” -términos que, aunque todavía se encuentran en el Código actual (por ejemplo, el can. 630 § 4)- ya no son aceptables en la sensibilidad de la comunión, [xii] puesto que la idea de superioridad es necesariamente farisaica y la religión no tiene derecho a comprometerse a reforzar estos poderes y legitimarlos.

¿Qué elementos son indicadores de fraternidad?

“Fraternidad” es la expresión que propone de nuevo el dicho de Jesús: “todos sois hermanos”, según el cual las relaciones deben construirse sobre el paradigma relacional de la familia donde nos cuidamos unos a otros, nos acompañamos y nos animamos. (EG 99)

Si esto es así, difícilmente puede considerarse vida fraterna aquella que se presenta como una vida de “observancia organizada” en la que el aspecto de la colectividad prevalece sobre el de la fraternidad, olvidando que la pertenencia por la referencia institucional no es suficientemente cohesionada, y en términos de quererse aporta poco. Por eso casi nadie, en nuestro ámbito cultural, se compromete para siempre con un código, una norma escrita o un sistema caracterizado por los intercambios formales, sobre todo si lo defiende su rol.

Especialmente hoy la comunión en la escala de las personas adultas y maduras, para evitar que se convierta en “comunionismo” debe declinarse siempre junto a la igualdad, la libertad, la gratuidad. [xiii]. Esta afirmación no parece excesiva si se compara con las exigencias indicadas por Cristo, que propuso unas relaciones sociales incluso inversas, en las que “el primero es el último, el servidor de todos”: aquí se da la paradójica primacía del que se hace “servidor sin tener amos”.

Como reacción al inmovilismo, en el posconcilio se elaboraron y promovieron nuevas formas de experiencia evangélica, [xiv] nacidas, además, de saber responder a aquellas preguntas a las que la vida religiosa no escuchaba por estar satisfecha con su arcaico repertorio de respuestas. Pero son capaces de tener un futuro hoy en día aquellas formas evangélicas que muestran -y esto es lo que los cristianos querían saber- que es posible vivir una vida cristiana radical, incluso en formas diferentes a las de impronta clerical-monástica, permaneciendo sin embargo siempre un lugar deseable y digno para las vocaciones célibes que viven bajo el mismo techo, si no obstante éstas ofrecen la posibilidad de ser una expresión clara y transparente del poder liberador y sanador de Cristo: sería de hecho un empobrecimiento para la Iglesia y para el mundo dejar que estas luces se apaguen.

Las orientaciones de las nuevas generaciones

Las nuevas generaciones se orientan hacia opciones evangélicamente eficaces, pero al mismo tiempo “humanamente significativas”. No se dice que los valores, incluso los que subyacen a la vida evangélica, no puedan ser aceptados todavía hoy por los jóvenes, de hecho Cristo sigue seduciéndoles, pero a diferencia de otros tiempos, las nuevas generaciones ya no están dispuestas a inmiscuirse en la vida negando la plenitud de vivir, de modo que el deseo de Dios no puede consistir en la negación de lo que ha salido de sus manos, sino en su éxito. Hoy más que nunca, la vida discipular es la que tiene lugar, como toda vida en el camino de la humanidad, porque no se puede hablar de salvación en términos cristianos sin tener ante los ojos la salvación de todo el hombre, capaz de “probar” la entrada de la vida divina en el vivir en la plenitud de la dimensión humana. No debe extrañar que hoy en día, especialmente los jóvenes, no elijan vivir juntos para acumular méritos, sino para apoyarse mutuamente en un determinado viaje, porque si sueñas solo el sueño puede no hacerse realidad, pero si sueñas juntos, el sueño se hace realidad.

Por eso ya no valen aquellos esquemas de vida comunitaria de concepción colectivista, para los que lo que se mantiene es el sistema de pensamiento y las tradiciones, y no la concreción de la acción interpersonal hecha de amistad, solidaridad, compasión y tolerancia; de lo contrario, tenemos una eclesiología en la que el término “ecclesia” y comunidad designan no tanto el conjunto de cristianos o cofrades como el sistema, el aparato. [xv]

Por lo tanto, la elección de pertenecer a una forma de vida como discípulos, hoy no proviene principalmente de experiencias teóricas, argumentos teológicos o funcionalistas, sino de experiencias concretas de vivir según el Evangelio con otros hermanos o hermanas que han hecho la elección de un camino de fe en lugar de una rutina de observancia. A nadie le gusta hoy ser reconocido como portador y custodio de un patrimonio de pensamiento atrapado en un universo cultural de otros tiempos, cargado de principios, normas, sistemas de vida que no tienen la mutabilidad de la vida. Sólo las personas vivas, no una norma, pueden ser atractivas. Cuando la presencia de las personas vivas se nubla, la vida que buscamos se situará principalmente en las tradiciones, los protocolos, los rituales, las estructuras o las prácticas, a las que nos esforzamos por dar vida.

Una religiosa escribió: “cuántos cadalsos fariseos he visto con un guión evangélico vacío”. Expresiones que dicen que ha desaparecido un modelo, pero no una tensión espiritual energética, una perspectiva ideal como tender a ser una memoria viva de Cristo, recogiendo sus sueños que traen la plenitud de la humanidad.

Concluyendo: “Si no dejamos que la novedad del Espíritu y de la Historia entre y modifique lo que hay que cambiar, transformar y transfigurar, el mismo Espíritu encontrará su camino y actuará sin nosotros, dejándonos al margen de los acontecimientos de esta humanidad”.

[i]Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Para vino nuevo en odres nuevos, n.38

[ii]Cf. F. Ciardi, Koinonia, a partir de los apotegmas de Arsenio, p.354

[iii] Cf. Rino Cozza, Tra voi non sia così, EDB p. 21-23.

[iv] Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, Escrutinio, ed. Vaticano 2014,p. 78.

[v]Para el vino nuevo en odres nuevos“, Orientaciones de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada n.55

[vi]Para vino nuevo en odres nuevos“, Orientaciones de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, n.19

[vii] Ib.43

[viii]Ib.21

[ix]  A Giabbani en Diccionario de Institutos de Perfección, ed Paoline 1973, vol.6 p.528

[x]Y.Congar, Le Concile de Vatican II, Beauchesne, París 1984, p.12 ss.

[xi]Ib. 41

[xii]  “Para vino nuevo en odres nuevos“, Orientaciones de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada.24

[xiii]Comunión para vivir bien por L.Bruni en Avvenire 9.2.2014

[xiv]A.Matteo, Come forestieri, Rubbettino, Soveria Mannelli, 2008, 14

[xv]  F. Cosentino en Consagración y servicio n.1 2012 42

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