Dehonianos y jóvenes: una experiencia en Uruguay
Jóvenes de la parroquia Santa Rosa de Lima - El Pinar en Uruguay hablan de su experiencia con los dehonianos durante la colonia de vacaciones 2023.
Es lunes veintitrés de enero de dos mil veintitrés y la parroquia está vestida de fiesta para uno de los eventos más importantes del año. Los jóvenes de la parroquia, que trabajamos duro los días previos para que todo estuviera pronto, esperamos ansiosos la llegada de los niños, para que dé comienzo la que para muchos es la semana más sentida del año. Es que ese lunes no es uno cualquiera, hoy empieza la colonia de vacaciones.
La colonia es una propuesta gratuita y abierta llevada adelante por el grupo de Jóvenes para Cristo, de la parroquia Santa Rosa de Lima en el Pinar. Desde el 2011, año tras año invita a niños, niñas y adolescentes de todas las capillas, sede parroquial y del barrio en general a jugar, aprender, competir y desarrollarse en actividades a partir de las cuales puedan sentirse valorados. Así como también nos invita a nosotros, los animadores, a vivir una experiencia de convivencia, aprendizaje y entrega, que es única.
La historia de la colonia es larga, y no me atrevo a desarrollarla en detalle porque no le haría justicia, yo no estaba cuando empezó. Aunque creo recordar que en su primera versión era un campamento que organizaba el padre Rodolfo con adolescentes del barrio donde hoy está la capilla Sagrada Familia. Eso se transformó con la llegada del padre Marco que dobló la apuesta y propuso al grupo de jóvenes del momento, jóvenes que venían de grupos de catequesis y confirmación, extender la propuesta a una semana de corrido, haciendo a la colonia en el formato que tiene hasta hoy.
Yo me sume en el 2015 y para mi como adolecente fue una experiencia bisagra. Me entendí de otra manera, logre reconocer y valorar en mi aptitudes que no había conocido hasta el momento. Para mi fue y es experiencia de encuentro con ese Dios del amor que se muestra tan claro en los más pequeños de mis hermanos, y después nada, dejar que esa luz clara me fuera guiando por el sendero.
Es difícil calcular de qué manera se transformó mi trayectoria a partir de la colonia, lo que es seguro es que fue una experiencia clave en mi formación como persona y como cristiano. Así como hoy lo sigue siendo para mi formación en lo profesional y vocacional.
Volviendo a la propuesta, esta se fue transformando a lo largo de los años. Muchos sacerdotes fueron pasando y dejando su impronta, así como los jóvenes que han liderado y llevado adelante la propuesta, la fueron haciendo más propia de ellos, más nuestra. El trabajo se fue afinando, fue adquiriendo nuevas modalidades como las divisiones por edades que habilita espacios más fructíferos para la reflexión y el autoconocimiento. O los talleres, que buscan ofrecer una gama de posibilidades a los niños, niñas y adolescentes para que aprendan alguna cuestión básica de cocina, plástica, música o recreacción.
Lo central en el taller no es la materia sino, al igual que en todo el resto de la propuesta, que las niñas y niños se sientan útiles, valorados, capaces, reconocidos. Esa es para mí la esencia de la colonia, un espacio de intercambio entre niños que no se cruzan todos los días, que son distintos. Algunos van a colegios privados, otros a escuela pública, algunos tienen padres profesionales, otros obreros, pero esa semana compartiendo de igual a igual, conociéndose a sí mismos, valorándose y valorando a los otros logran construir lazos de amistad, reconociéndose mutuamente humanos.
Hace años ya que el grupo de Jóvenes para Cristo está integrado más por jóvenes que se dicen “ateos”, que por aquellos que vivimos activamente la fe. Sin embargo, para mi es innegable, y tomó palabras del párroco Adriano, que la colonia es experiencia de evangelio para todos, para los “creyentes” y para quienes dicen no serlo, aunque eligen estar ahí. Por qué la obra de humanizar y humanizarnos que está detrás del juego, el taller, la charla con los niños no es más que nuestro granito de arena para la construcción del reino fraterno al que Jesús nos invita. Un aporte que además está profundamente inspirado por él, porque nos sostiene una semana de corrido de actividad con hasta doscientos niños, como nos paso en el dos mil veinte, porque nos da esperanza en la adversidad cuando parece que falta todo y que no tenemos ni que darle de comer a los niños. Conscientes o no, en todos nosotros, niños y animadores la semilla del evangelio se fortalece a lo largo de la semana.
Y no solo eso, lo que crece de esas semillas se hace colectivo, se entreteje con otras personas fortaleciéndonos como comunidad. Y es que la comunidad parroquial, y hablo de toda la de la sede parroquial y las capillas Sagrada Familia, San Antonio y San Benito son el actor clave para el desarrollo de la actividad, pero además la actividad nos une.
Desde los transportes para llevar y traer niños todos los días, la cocinada para 120 personas este año, la limpieza y el mantenimiento de los espacios, la comida con la que cocinamos, la plata con la que compramos materiales o la sencilla pero significativa oración permanente por nosotros, todo eso surge de la entrega desinteresada y agradecida de las personas de la comunidad que se hacen tan parte del proyecto como los animadores. Por todo eso les estamos siempre agradecidos.
Y así pasó otra colonia de verano, una muy especial después de dos años impedidos de hacerla por la pandemia. Una semana que de manera humilde y sencilla aportó a que tengamos un barrio más unido, y así una sociedad más justa. Una semana que potenciando desde el corazón nos hizo más comunidad, nos acercó y nos puso en diálogo a todos en la parroquia. Una semana de entrega y convivencia que nos transforma y revitaliza desde dentro. Una semana que nos hizo más humanos y por el amor de ese gesto, nos hizo más hermanos.