A partir de ahí, como un amigo que comparte lo más íntimo de sí, Dios confía a José lo que más ama: la vida de su Hijo y la salvación de su pueblo. Pero, ¿sabría aquel hombre apreciar tanto amor compartido? ¡Vaya que sí! La cercanía, la intimidad y la confianza que Dios le mostró le bastaron, no solo para disipar sus temores, sino para reavivar su esperanza, su amor y su dignidad.
Aquel sueño lo reparó desde lo más hondo; por eso, levantándose, asumió sin vacilar la encomienda que Dios dejó en sus manos. Reaccionó -ahora sí- como un justo auténtico.
(De la carta de Navidad 2020)