Discurso de apertura del Superior General

Apertura oficial del XXV Capítulo General


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Querido Capitulares, ¡bienvenidos!

Bienvenidos, igualmente, los colaboradores y los profesionales presentes que, de una o de otra manera, nos asistirán en las próximas semanas desde sus respectivas funciones. Con ustedes saludamos también a la Congregación y a los demás miembros de la Familia Dehoniana que en estos días nos siguen con su simpatía y con su oración.

Han pasado seis años, esta vez sí, desde el precedente Capítulo general. Aquel fue un Capítulo ordinario, pero excepcional, como en su momento lo calificó el P. Carlos E. Caamaño al recordar la situación que lo provocó.

No obstante, creo que cada Capítulo, por ordinario que sea, tiene algo de excepcional, de extraordinario. De hecho, como capitulares, durante las próximas semanas formamos una comunidad temporal de vida. Una comunidad fraterna, amiga y atenta. Convocada para privilegiar la escucha, el diálogo, el discernimiento y, sobre todo, la docilidad al Espíritu, verdadero protagonista de nuestro encuentro.

A esta comunidad capitular, además, la Congregación le confía tres tareas específicas, como lo indica el Reglamento del Capítulo que en breve consideraremos:

  1. Verificar y evaluar el estado de la Congregación durante el sexenio precedente sobre la base de las relaciones informativas.
  2. Proceder a la elección de la nueva Administración general.
  3. Tratar los asuntos importantes de la Congregación.

Cada una de estas tareas tiene su espacio en el camino que empezamos a recorrer juntos, a partir de hoy. Este camino, “exige –empleando palabras del mensaje de la IX Conferencia general– que asumamos el estilo del “Siervo fiel”: el Hijo fiel, siervo del Padre (Hb 3-4), y por eso digno de confianza. Una llamada a ser fieles al Evangelio y fieles al legado del P. Dehon”[1].

Al centro del Capítulo, por lo tanto, no está la Congregación en sí misma, sino el Evangelio y la lectura carismática que de él hizo nuestro Fundador. Es desde ahí que queremos vernos, como discípulos y servidores, para respondernos, desde “la verdad y la caridad”, qué tan cerca, o qué tan lejos, nos reconocemos de ellos.

Si no lo hiciéramos así, correríamos el riesgo de pretender una Congregación ídolo de sí misma. Pero no es eso lo que queremos. Bien al contrario, estamos aquí para agradecer, celebrar, vivir y anunciar que, en la Iglesia, con ella y desde ella, hemos sido «Llamados a ser uno en un mundo en transformación.  “Para que puedan creer” (Jn 17,21)».

Nos enseña la historia que los hombres y mujeres de Dios, y las gentes de buena voluntad, no se paralizan ante las transformaciones que acontecen en el mundo. Antes bien, algunos hasta las propician. Otros, por su parte, son capaces de discernir e interpretar cuánto de humanizadoras tienen, o bien de señalar, aún a riesgo de la propia vida, cuánto se alejan de la dignidad humana.

Con un lenguaje “más nuestro”, tal vez pudiera formularse con una parábola casera el modo de situarse ante las transformaciones:

«El Reino de los Cielos se parece a un anciano que dijo: “Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia.”»

También de abrir ventanas fue la vida del Venerable P. Dehon en su pasión por servir a la Iglesia y a la sociedad. Pero para ello, ayer como hoy, se requiere la sabiduría que viene de lo Alto, aquella que enseña a acompañar procesos que dan vida. La sabiduría que permite reconocer el momento propicio (kairós) para cada acción en medio de las vicisitudes de nuestro tiempo. ¿Cómo no recordar la parábola tan sinodal de aquellos hombres que aprendieron a trabajar incluso con el trigo y la cizaña? (cf. Mt 13,24-30).

Un Capítulo es una ventana abierta a lo Alto, a la Congregación, a la Iglesia, a la sociedad, a cuantas personas comparten el carisma dehoniano y a cuantas colaboran en nuestras obras al servicio de grandes y pequeños, allí donde estemos. De todos ellos nos llega, como si de un coro polifónico se tratara, un eco vibrante del Sint unum que Jesús anhela para nosotros, sus discípulos, para que con Él nos reconozcamos hermanos y juntos demos gloria al Padre misericordioso que él nos revela.

En ese horizonte amplio que tenemos ante nosotros, la Iglesia nos enseña que: “Los religiosos, por su estado, dan preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas” (LG 31).

En efecto, como lo expresan nuestras Constituciones, para continuar la comunidad de los discípulos estamos llamados a “profesar las Bienaventuranzas”, que es la manera de asociarnos a la entrega de Cristo al Padre, una entrega que nos libera “para el verdadero amor según el espíritu de las Bienaventuranzas” (cf. Cst 40).

Queridos Capitulares, esta es “la heredad que hemos recibido de nuestros padres”, la que tenemos que custodiar y la que nos tiene que seguir guiando. Como nos dirá Nabot en los próximos días: “Que el Señor nos libre de cederla” (1Re 21,3).

Aprovecho este momento, para agradecer ya desde ahora, en mi nombre y en el del Gobierno general, a cuantos han colaborado para que todo esté a punto para este Capítulo. Aun arriesgándome a olvidar a alguien, quiero mencionar:

  • la comisión preparatoria, a quien debemos el Instrumentum laboris que emplearemos en estos días
  • el secretario general, abnegado en su tarea, así como a sus colaboradores
  • las diversas comisiones: la del balance, la de liturgia, la de comunicación
  • los que están al servicio del Capítulo como moderadores, secretarios, redactores, traductoras, técnicos de imagen y sonido
  • Un particular gracias a la comunidad de Roma II, a su superior y a todos los miembros por las atenciones y por tantos servicios que nos prestan estos días
  • Un gracias grande también a la dirección y a todo el personal de Villa Aurelia por sus atenciones para que todo facilite nuestro trabajo

En este buen ambiente de colaboración, confiando en la acción del Espíritu Santo, en la intercesión de Ntra. Madre la Virgen María, en la del “cuasi beato” P. Dehon y en la del Beato Juan María de la Cruz, declaro abierto el XXV Capítulo general de la Congregación de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.


[1] IX Conferencia general, Mensaje final, 10.

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