La buena noticia del Señor y la profecía de Daniel que hoy trae consigo la Liturgia de la Palabra (Daniel 6,12-28 y Lucas 21, 20-28), hoy los religiosos dehonianos y quienes están cerca del carisma del Padre Dehon, las contemplamos de un modo muy concreto, muy “en carne propia”.
Hoy se celebra la “Memoria dehoniana”, es decir, la jornada en que se cultiva el recuerdo eficaz de la significatividad de religiosos dehonianos que podemos llamar modélicos y estimulantes porque vivieron con mayor intensidad la vocación y la misión que tenemos en la Iglesia y en el mundo.
Son nuestros hermanos “en el foso de los leones”, los que fueron sorprendidos “orando y suplicando a su Dios”, sin querer obedecer a las majestades de turno, ni a los decretos y leyes promulgados.
Desobedecerlos porque eran contra Dios, contra el Dios que conocían y que amaban. El que les enseñó que nada ni nadie que mate a un ser humano es del Dios que está por encima de todas las cosas. Son nuestros hermanos de sobresaliente; los que escucharon ese desafiante y sarcástico: “¡Que te salve ese Dios a quien tú veneras tan fielmente!”
El Señor Jesús lo advirtió: “Caerán a filo de espada, los llevarán cautivos a todas las naciones”. Así fue y de ello damos testimonio. Nuestra congregación es joven. Nació y creció en la Europa del siglo XX, en la Europa creadora de la anti-misericordia, del mayor fracaso conocido del ser humano frío, lógico, económico, pero sin corazón, desalmado.
Todo comienza en nuestro 1936 y en Valencia, cuando el totalitarismo que viene por la izquierda segó la vida del Beato Juan María de la Cruz.
Todo siguió cuando el totalitarismo que viene por la derecha dejó morir enfermo, en prisión injusta, al provincial dehoniano de Alemania en 1941, y gaseó en 1942 a dos sacerdotes dehonianos en Austria, y ametralló en Italia a un dehoniano en 1944 acusado de espía o, el mismo año, a otro religioso alemán acusado de propaganda anti-nazi.
Una Europa loca acababa con los hijos de una congregación europea, pero ya lanzada por los caminos de la misión desde su inicio.
Y así nuestros ojos de reconocimiento deben dirigirse a Indonesia, donde llegan los zarpazos de esa locura, para ver morir de hambre y maltrato a 11 misioneros dehonianos holandeses entre 1944 y 1945.
Ellos fueron los primeros en dar la vida en tierras de misión. Les seguirían, en 1959, 3 dehonianos franceses que regaron con su sangre las tierras de Camerún. Les siguieron los 28 religiosos que cayeron víctimas de las espadas y las balas en Congo en 1964.
También América ha conocido el testimonio de dehonianos que, por clamar ante la injusticia y la explotación, vieron segada su vida. Brasil conoció la muerte violenta de uno de sus religiosos en 1975.
“Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación”, nos ha indicado el Señor. Vivimos hoy tiempos intranquilos, tiempos de un cambio cultural, político, religioso, económico, social muy profundo, a la vez silenciosamente violento como violentamente estrepitoso.
En esta niebla de confusión a veces sentimos frío, miedo, desorientación. Pero ahí están estos hermanos nuestros para dar luz, calor, valor, orientación.
Sus vidas no siempre fueron tan perfectas como para deducir apresuradamente un final de santidad. En la lista de estos 49 hermanos hay resignación y testimonio, pero también miedo, querer huir del trágico final, escapar. Es decir, humanidad.
Pero había algo más también: una espiritualidad, un estilo, una manera de acoger y responder al Evangelio. La que les dio la congregación a la que pertenecían. Les dio lo suficiente para sostener una vida sencilla, sin grandes relieves, con sus faltas y defectos, en medio de ‘su’ gente.
Pero, en el momento adecuado, a la hora precisa, les dio la fuerza necesaria para saber morir por Dios, pero por un Dios hecho hombre que pone en el centro de su Corazón a cada ser humano, al que ve como hijo e hija amados.
Estos dehonianos, estos reparadores plantados ante los que destruyen al hombre, pudieron decirles: nuestro Dios “es el Dios vivo que permanece siempre. Su reino no será destruido, su imperio dura hasta el fin. Él salva y libra, hace signos y prodigios en el cielo y en la tierra. Él me salvó de los leones”.
Una doble petición: rezad hoy, por favor, por nosotros para que estemos al altura; y orad por estos hermanos nuestros (y vuestros), para que hayan alcanzado con certeza el perdón de sus pecados y el abrazo de Cristo, el cual como Pastor supremo ojalá les haya dicho: “Has hecho lo que tenías que hacer: te has portado casi casi casi como yo. Por eso deja que te cure, que te sane y que te abrace por los siglos de los siglos”.