26 diciembre 2020
26 dic. 2020

Familia: real y santa

de  André Vital Félix da Silva, obispo scj

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La Fiesta de la Sagrada Familia está muy bien insertada en la Octava de Navidad, porque muestra la verdad de la Encarnación, es decir, Dios asumió nuestra condición humana y, por tanto, entró al mundo como cada uno de nosotros, naciendo en una familia. La familia no es un simple grupo de personas que comparten algunas cosas en común, sino que la familia es la realización de un proyecto de Dios para garantizar la dignidad y la realización de la vida. Nacido de una familia humana, el Hijo de Dios consolidó este proyecto del Padre. Cada hijo generado testifica que la familia no es una opción entre otras para que haya vida, sino que es la condición fundamental para que esa vida tenga dignidad, respeto y alcance la plenitud.

Decir que la familia es un proyecto de Dios no es un discurso romántico ni siquiera un idealismo desencarnado, porque la familia de Nazaret no fue una familia ideal libre de dificultades y sufrimientos, sino una familia que asumió la verdad de todo lo que le es propio, por eso se ha convertido en la familia referencial, porque revela la realidad más fundamental de la familia como institución divina y no solo como construcción cultural.

La escena mostrada en el evangelio de hoy destaca tres situaciones inspiradoras para que la vida familiar, real y concreta, se consolide y se haga realidad como proyecto de Dios para el bien de las personas y la sociedad.

 

1. “María y José llevaron a Jesús a Jerusalén para presentárselo al Señor”: en este gesto vemos, no sólo un cumplimiento casuístico de la Ley, sino, sobre todo, el testimonio de una verdad fundamental de la existencia humana. Llevar a Jesús al templo significa que este hijo, aunque es de ellos (natural para María y legítimo para José), no es posesión de sus padres. Generar un hijo no es adquirir un objeto; dar a luz una vida no es simplemente aumentar el número de seres en el mundo, sino concebir un niño y asumirlo, es aceptar una misión, un verdadero sacerdocio, porque cuidar, amar al ser humano creado a imagen y semejanza de Dios, es el culto más elevado que se le puede prestar al Creador. Ofrecerlo al Señor es reconocer que todo es suyo. Por otro lado, a medida que el ser humano se apropia de los bienes, de las personas, considerándoos suyos de forma despótica, aislándolos de su verdadero Señor, entonces surgen las grandes amenazas a la vida: manipulación ideológica deformando el sentido original de la existencia, dominación esclavista que estratifica a los seres humanos en superiores e inferiores, destruyendo así la célula mater de la sociedad y la condición fundamental de todos los seres humanos, es decir, la fraternidad universal.

La familia es el primer altar donde se ofrece lo mejor a sus miembros y al que también se ofreció a sí mismo y por nosotros. Jesús presentado en el Templo, como fruto de una familia, nos enseña que sin donación, entrega abnegada, la familia se desfigura y se convierte en solo un grupo de personas egoístas que se exigen recíprocamente, pelean entre sí, porque son incapaces de reconocer que la vida de cada persona es un regalo de Dios y no simplemente una ocasión para el utilitarismo inhumano y destructor de las relaciones.

2. “Padre y madre se asombraron de lo que decían de Él”: toda vida humana tiene un dinamismo que se renueva constantemente, es la energía vital que impulsa el curso de la existencia, así como la vida familiar. Admirarse ante la vida es una señal de que estamos hundiendo siempre más en su dimensión más profunda. Cuando las relaciones familiares se vuelven rutinarias, donde el otro ya no es visto como fuente de inspiración y renovación, se pierde el encanto de la convivencia. No hay nada más que recibir u ofrecer. Sin duda, María y José pasaron toda su vida familiar sorprendiéndose con el Hijo, la gran novedad del Padre en la realización de su proyecto amoroso de dar vida en plenitud a sus criaturas por excelencia. El pueblo, cuando fue testigo de las palabras y actitudes de Jesús, también se admiraba y quedaba con todo esto. Perder el encanto de la vida familiar, cuando ya no hay nada bueno que decir del otro, convierte el hogar en un sepulcro, donde el silencio incomoda el corazón y el hablar irrita las mentes.

3. “El niño crecía y se fortalecía, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba con Él”. Una familia que se encierra egoístamente en su pequeño mundo está presta a atrofiarse, a hacerse mediocre y desaparecer. Casados que se proponen la vida matrimonial pero optan por convivir entre dos egoístas que solo quieren aprovechar la vida, impidiendo que florezca y, por eso, consideran que los hijos son un obstáculo a su libertad, que limitan sus posibilidades de placer y felicidad, traicionando el proyecto a ellos confiado, pues gozan de los placeres inmediatos de la relación conyugal, pero no aportan generosamente a la construcción de la humanidad, ofreciéndoles sus frutos más preciados, aunque sea necesario ir al Templo a ofrecer sacrificios.

 

Celebrar Sagrada Familia no es un anhelo alienante e ingenuo ante una sociedad que insiste en querer convencernos a todos que la familia es una institución en quiebra y obsoleta. Si no que, movidos por la fe, renovamos la certeza de que la vida es el regalo más preciado que salió de las manos del Padre y puestas en las nuestras para ofrecerla con inmensa gratitud, y que la mejor manera de hacerlo es comprometiéndonos con la familia por Él querida y por la que su Hijo dio la vida.

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