Si se aprueba la ley, que lleva el título: “Por el respeto de los principios de la República Francesa”, transformará el clima de confianza mutua en un régimen de desconfianza, limitación y control.
Si se aprueba la ley que lleva el título “Por el respeto de los principios de la República Francesa”, transformará la “laicidad de la libertad” en la “laicidad de la sospecha”, el clima de confianza mutua en un régimen de desconfianza, limitación y control.
Así definió el presidente de los obispos franceses, Eric de Moulin-Beaufort, el proyecto aprobado por los diputados el 16 de enero y en discusión en el Senado desde el 30 de marzo. Junto con el presidente de la Federación de Protestantes de Francia, François Clavairoly, y el Metropolitano del Patriarcado Ecuménico en Francia, Emmanuel Adamakis, firmó un texto inusualmente crítico.
El separatismo y los valores republicanos
En esencia, se trata de una serie de enmiendas a la Ley de Libertad Religiosa de 1905 cuya intención es hacer frente al integrismo islámico (existe una desvinculación por parte las comunidades musulmanas de los fundamentos del país) para reafirmar el conjunto de valores y principios que rigen la República.
Tras los repetidos atentados del radicalismo islámico, en particular, el asesinato del profesor Samuel Paty, el presidente de la República, Emmanuel Macron, en un largo discurso pronunciado el 2 de octubre de 2020, atacó al separatismo como caldo de cultivo de la violencia contra los valores del Estado.
El separatismo “es un proyecto político-religioso consciente y teorizado, que se concreta en divergencias reiteradas con respecto a los valores de la República, lo que se traduce a menudo en la instauración de una contra-sociedad, cuyas manifestaciones son la desescolarización de los niños (en Francia son posibles las escuelas privadas, sin reconocimiento y, por tanto, sin subvenciones públicas, a menudo de orientación islámica), el desarrollo de prácticas deportivas y culturales comunitarias que son pretextos para enseñar principios no conformes con las leyes de la República. Mediante el adoctrinamiento se niegan nuestros principios, como la igualdad entre hombres y mujeres y la dignidad humana”.
“He repetido muchas veces: no pido a ningún ciudadano que crea o no crea, que crea poco o moderadamente -no es una tarea del Estado-, pero pido a todos los ciudadanos, creyentes o no, que respeten de forma absoluta las leyes de la República. Hay en el islamismo radical -este es el meollo del asunto, digámoslo abiertamente- una voluntad reivindicativa y manifiesta, una organización metódica para oponerse a las leyes del Estado y crear un orden paralelo. Erigir otros valores, desarrollar una organización social diferente, como principio separatista, pero con el objetivo de un control total en el futuro”.
Desplazamiento semántico
A partir de ahí, se lanza un proyecto de ley que encuentra mucha resistencia por parte de los representantes islámicos (Consejo Francés de Culto Musulmán – CFCM) y de sus países de origen (el Magreb y las monarquías del Golfo Pérsico).
Para evitar la estigmatización de los musulmanes en Francia y dar voz al miedo popular a la infiltración del islamismo, la dirección del texto pasa de la denuncia del radicalismo al fortalecimiento de los principios republicanos. Se pretende alcanzar el objetivo (el fundamentalismo islámico) a través de la absolutización cuasi-religiosa del Estado, con relativa injerencia y control sobre todos los cultos, su organización y funcionamiento.
Un cambio semántico que, por un lado, no evita la superposición de islam e islamismo y, por otro, ha alarmado a otras confesiones.
Al principio hubo un distanciamiento crítico tanto de judíos como de protestantes, ortodoxos y católicos, mientras que más tarde el judaísmo apoyó la ley. Se teme que la ley restrinja la libertad de asociación, debilite la libertad de enseñanza (al extender el control no sólo a las escuelas coránicas, sino también a todo tipo de culto), disminuya la libertad de expresión y socave la libertad religiosa. De hecho, exige la autorización de la prefectura para toda asociación religiosa cada cinco años.
La cuestión por la seguridad parece resolverse en un cambio de intencionalidad sobre la ley de libertad religiosa que, aun con sucesivas modificaciones, ha mantenido su vigencia durante más de cien años. De ser una ley que garantiza la autonomía de los cultos, amenaza con convertirse en un instrumento de control y absolutización de los valores republicanos como una nueva y más importante “religión” o “credo”.
Por parte de la derecha política y de la oposición, el listón de la seguridad es cada vez más alto, mientras que la mayoría quiere llegar donde fracasaron los predecesores de Macron: Sarkozy y Hollande.
El 10 de marzo, el Gobierno recibió a los responsables de la Conferencia Episcopal (un encuentro personal que se repite cada año desde 2002) y entre los problemas que se pusieron sobre la mesa (el papel de los capellanes de los hospitales durante la pandemia, la seguridad social del clero, las leyes de bioética) también estaba la cuestión de la ley contra el fundamnetalismo.
Los protestantes también creen que los medios de control ya existen sin necesidad de más legislación. Siempre pro-republicanos, señalan, en palabras del pastor Calvairoly: “Es la primera vez que me encuentro en la posición de defender la libertad de culto. Nunca hubiera imaginado que pudiera ocurrir en mi país”.
Representación del Islam
Los judíos, al principio recelosos, valoraron positivamente la ley. El rabino jefe Haȉm Korsia dijo compartir el espíritu de la propuesta: “El diagnóstico es correcto y la ley es necesaria”. Las logias masónicas también estaban a favor.
El sistema de representación de las comunidades musulmanas amenaza con explotar. De las nueve organizaciones que componen el Consejo Francés del Culto Musulmán, tres (pro-turcas) se negaron a principios de año a firmar una Carta de Principios del Islam en Francia. Unas semanas más tarde, cuatro asociaciones renunciaron al Consejo y anunciaron (el 17 de marzo) la creación de un nuevo órgano de representación. En este caso el objeto de disputa es el nombramiento por parte del presidente del capellán nacional de prisiones, pero se destaca sobre todo la enemistad personal entre algunos de los representantes.
La representación islámica es comlicada en todas partes, pero en Francia lo es especialmente. Como señaló el profesor A. Ferrari: “En Francia la voz pública (del Estado) es más fuerte, con tendencia al monopolio, con vocación de subordinar a todos los demás, incluida la Iglesia. A un musulmán en Francia le resulta más difícil distinguir la Iglesia de las instituciones públicas. Luego, en el plano simbólico, es probable que la Iglesia (menos visible que la italiana) pague una mayor identificación con el colonialismo francés”.
Aunque Macron es el líder europeo mejor preparado para entender el papel de las religiones, sigue habiendo una importante laguna en la comprensión de la clase dirigente del continente, especialmente en la zona francófona y en el norte de la Unión Europea, sobre las religiones en el espacio público. Una dificultad que no está exenta de responsabilidad también por parte de las Iglesias cristianas.
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