Meditaciones del P. Dehon sobre la Pasión de Jesús
Este misterio fecundo y conmovedor nos recuerda Belén. La sepultura es la cuna donde Nuestro Señor nacerá a la vida gloriosa, tras haber dormido el sueño de la muerte.
Tras el descenso de la cruz, el cuerpo sagrado del Salvador es devuelto a su madre que lo cubre de besos. Todos sus amigos se aprietan en torno a él para rendirle un culto de amor y de respeto. La santa Verónica limpia sus heridas, las cicatrices dolorosas; san Juan, Nicodemo, José de Arimatea, las santas mujeres embalsaman el cuerpo divino y lo deponen seguidamente en la sepultura que las alegrías de la resurrección deben hacer glorioso. Durante su tiempo en ella, el alma santa del Salvador va a visitar a los santos de la antigua ley que esperan la salvación.
Apliquemos estas enseñanzas a los amigos del Sagrado Corazón. Fuisteis sepultados con Cristo en el bautismo, dice san Pablo, estabais muertos y vuestra vida está escondida en Dios con Cristo. Tal es el estado de verdadero discípulo del Sagrado Corazón. Él está muerto a este mundo; es insensible a las alegrías, a los placeres, a sus ambiciones; no conoce más el lenguaje malvado y su corazón está escondido en el Sagrado Corazón de Jesús. He ahí su sepulcro, su tumba y también su paraíso. Vive ampliamente, aspira todo el amor del Sagrado Corazón y no sabe de otro, y por eso pasa por la muerte a los ojos de este mundo insensato que desprecia el juicio. Una resurrección espiritual ya ha tenido lugar para él en la estancia divina del Sagrado Corazón, pero el mundo lo ignora y toma por muerto al que goza de toda la plenitud de la vida.
Este amor que se esconde en el Corazón de Jesús, lejos de los ojos de los hombres y bajo la sola mirada de Dios, es nuestra vida íntima.
(P. Dehon, Coronas de Amor al Sagrado corazón de Jesús, II)
