Carta de Navidad 2023
Queridos hermanos y todos los miembros de la Familia Dehoniana,
La convocatoria del próximo Capítulo general activó un dinamismo particular en toda la Congregación: cada religioso, cada comunidad y cada Entidad quedaron invitados a orar, a reflexionar y a decidir sobre el camino a seguir a la luz del carisma y del hoy que compartimos. A partir de ese momento se han ido realizando los capítulos previos correspondientes. La buena preparación de estos y su desarrollo son una tarea exigente. Sin embargo, nada habrá sido en vano si todo ello ayuda, como dice San Pablo, a tener un mejor “conocimiento y comprensión” (Fil 1,9) de lo que estamos llamados a vivir: la ofrenda de nuestra vida al servicio del Evangelio (Cst 52).
De la mano de Pablo, precisamente, cabe entender que un capítulo es la búsqueda compartida de “qué es lo mejor” (Fil 1,10). Pero no desde criterios egoístas o acomodaticios, sino desde una disposición inquieta y decidida, abierta al Espíritu, para comprometer la vida en el querer siempre bueno de Dios. Y qué mejor disposición para lo capitular – y para la cultura sinodal –que apropiarse de lo que el apóstol Pablo deseaba a cristianos concretos:
Por lo tanto, hermanos, yo los exhorto por la misericordia de Dios a ofrecerse ustedes mismos como una víctima viva, santa y agradable a Dios: este es el culto espiritual que deben ofrecer. No tomen como modelo a este mundo. Por el contrario, transfórmense interiormente renovando su mentalidad, a fin de que puedan discernir cuál es la voluntad del Dios: lo que es bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rm 12,1-2).
Para que Pablo así lo entendiera, de seguro que el Espíritu se sirvió de las comunidades por las que pasó. También de discípulos que, como Ananías en Damasco o Bernabé y Pedro en Jerusalén, le fueron hablando de Jesús, de sus raíces, de su vida y de su Pascua. De tanto que oyó, ¿qué idea acabaría teniendo Pablo de la familia de Nazaret? Esa misma que hoy, y más en este tiempo del año, nos sigue acercando al misterio de Dios encarnado. ¿Acaso no son las palabras de Pablo apenas citadas el guion de lo vivido por aquella familia? Aquella a donde por primero “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer” (Gal 4,4). Pero, para cada uno de ellos, para José y para María, ¿qué fue lo mejor?
Para María lo mejor fue permitirle a Dios que sembrara en ella su Palabra. Desde entonces y para siempre se declaró “la servidora del Señor” (Lc 1,38). Para José, por su parte, lo mejor fue aceptar todo aquello como kairós de Dios. Por eso se dejó llevar de la novedad prescrita por el Ángel y no tanto por las que ya conocía de Moisés. Así, acogiendo a María, José realizó la verdadera ofrenda agradable a Dios. Con ella en casa, inició su humilde discipulado (cf. Jn 19,27). Luego, llegado el momento del parto, lo mejor que ambos hicieron fue transformar un pesebre en su improvisado hogar, expuestos a los ojos sorprendidos y maravillados de quienes se acercaban para conocer al Niño. Más adelante, acabarán aceptando que lo mejor para los tres era ser refugiados antes que poner en riesgo la vida del más frágil de ellos.
Pero con aquel nacimiento más gentes, de una manera o de otra, se vieron involucradas en la interminable historia de amor y cercanía que encarnaba el pequeño de Belén. Así fue con los magos de Oriente, para quienes lo mejor fue haber valorado la creación y haber sabido interpretar un astro del cielo. Allí donde la estrella se detuvo, no les hizo falta averiguar más sobre el recién nacido para satisfacer la curiosidad de Herodes. Les bastó verlo para saber quién era, tal como años más tarde le acontecería a un grupo de discípulos junto al lago (cf. Jn 21,12). Para los pastores, por su parte, lo mejor fue animarse unos a otros para ponerse en camino en aquella misma noche, a pesar del cansancio por el trabajo. De corazón creyeron que tenían mucho que ver. Lo cierto es que regresaron con mucho más para contar. No quedaron decepcionados, como tampoco los discípulos que, años más tarde, tras una noche fatigosa de trabajo volvieron a lanzar las redes a la luz de una Palabra nueva (Jn 21,6).
Que estos días de Adviento y Navidad nos ayuden en la tarea, sobre todo en este tiempo capitular, de descubrir y asumir juntos lo verdaderamente bueno a los ojos de Dios, para ti, para tu comunidad, para tu familia: como María, que acogió sin reservas la Palabra del Señor; como José, que dejó sueños pasados para aceptar los de Dios; como los magos, que supieron entender la creación y caminar con ella; como los pastores, que no dejaban de alentarse, incluso en la noche, para ir al encuentro del Señor. Que sea Él quien nos mantenga unidos para saber reconocerle, adorarle y servirle con más corazón, también entre los refugiados, entre los hombres y mujeres que claman por sus vidas y su dignidad en tantos lugares – todos cercanos – de nuestro mundo. Que Él nos haga gente de Paz en esta humanidad nuestra, colaboradores de su Amor y testigos de su Reino, Buena Noticia para todas las gentes.
Para todos, muy feliz Navidad y venturoso año 2024,
Fraternalmente, in Corde Iesu,
P. Carlos Luis Suárez Codorniú, scj
Superior general y su Consejo