Cada año, con motivo de la fiesta del Sagrado Corazón, el Superior General y su Consejo dirigen una carta a la Familia Dehoniana, que publicamos aquí. Este año se utiliza una metáfora deportiva, para animar a todos a entrenarse en la oración y a construir comunidades en apertura: “En Él y desde Él encontraremos el mejor fitness que podamos imaginar. Para ayudarnos en el entrenamiento, Él mismo no deja de exponerse ante nosotros en multitud de maneras: la Eucaristía, la Palabra, los hombres y mujeres de toda raza y lugar con los que compartimos esta historia, especialmente en los que más sufre”.
La visita a las Entidades de la Congregación comporta, principalmente, el encuentro con los religiosos y sus comunidades. Con frecuencia se extiende a colaboradores en la misión e incluso a miembros de la Familia Dehoniana. Esto permite tener una idea, así sea básica, de los lugares donde estamos y de la misión que se lleva a cabo. Los diálogos personales que realizamos durante esos días suelen iniciar con cuestiones del tipo: ¿cómo estás?, ¿qué tal?, ¿y la salud?. Así, poco a poco, surgen temas diversos, incluso aficiones personales para los tiempos libres: la lectura, la pesca, la música y, sobre todo, el deporte. Lo cierto es que tenemos excelentes ciclistas, corredores, jugadores de hockey, de bádminton, de golf, futbolistas, nadadores y caminantes, muchos caminantes. Todo para mantenerse en buena forma.
Pero además de lo anterior, lo mejor es saber acerca de lo que motiva y sostiene la vida y la tarea de cada uno. Al respecto, una pregunta que nos ayuda es: “De lo que Jesús hizo y dijo, ¿qué te inspira particularmente en lo que vives y en lo que haces en este momento y en este lugar?”. Las respuestas que obtengo van tejiendo una relectura muy viva del Evangelio a partir de situaciones personales, comunitarias y sociales concretas y muy diversas. Un verdadero tesoro. En uno de esos encuentros, un compañero me decía que desde el inicio de la pandemia hasta ahora se había centrado en las escenas del Evangelio donde Jesús ora. Una tras otra, contemplaba en ellas el Corazón del Hijo abierto al Padre, compartiendo con Él rostros, cansancios, alabanzas, desconciertos, alegrías, inquietudes, esperanzas… En fin, la vida toda asumida en lo cotidiano con pasión, expuesta sin temores ante la bondad y la ternura de Dios, en quien Jesús confía en toda circunstancia:
Reconocemos que de la asiduidad a la oración
dependen la fidelidad de cada uno y de nuestras comunidades
y la fecundidad de nuestro apostolado (Cst 76)
Es así que en la oración, como gimnasia saludable que debilita la arrogancia y robustece el abandono confiado, el discípulo se dispone de la manera más desarmada posible a que acontezca en su vida, en su comunidad y en cuanto hace, lo que el Padre desee. No otra cosa. Por eso, cuando nos detenemos a contemplar el Corazón del Salvador, quedamos invitados a celebrar su vida forjada en la debilidad y en la renuncia a cualquier otro poder que no sea el de ser hijo, hermano y siervo de todos. Es en Él donde reconocemos el modelo genuino de la disponibilidad enamorada, sin condiciones, al servicio del Reino:
Vivimos nuestra unión a Cristo
con nuestra disponibilidad y nuestro amor a todos,
especialmente a los humildes y a los que sufren (Cst 18)
De esa manera, en el Corazón del Redentor conseguimos el mejor centro de entrenamiento permanente. Es allí donde aprendemos a mantenernos en forma como discípulos y hermanos, atentos y cercanos a las personas más frágiles y necesitadas. Como Él nos enseña, un corazón saludable vive la cotidianidad como una alabanza continuada a Dios. Se trata, pues, de aligerar perezas y cuanto dificulte en la propia vida la acogida gozosa del carisma que se nos ha dado para compartirlo en la iglesia y en la sociedad. Esto supone un continuo ejercicio, no pocas veces fatigoso, de revisión de actitudes y de ritmos tanto personales como comunitarios para no quedar sepultados por lo que pudiera ser un fatídico “siempre ha sido así”:
Todo religioso renovará frecuentemente en la oración
su conciencia de estar consagrado a Dios;
y se preguntará cómo responder fielmente
a esta consagración,
en las cambiantes circunstancias de la vida (Cst 104)
Al celebrar la solemnidad del Corazón que tanto nos ama, sigamos saliendo al encuentro de la Vida que Él nos regala. En Él y desde Él encontraremos la mejor fitness que podamos imaginar. Para ayudarnos en el entrenamiento, Él mismo no deja de exponerse ante nosotros en multitud de maneras: la Eucaristía, su Palabra, los hombres y mujeres de toda raza y lugar con los que compartimos esta historia, especialmente en los que más sufren. Con Él todo resulta una invitación a seguir saliendo de nosotros mismos para sintonizar mejor con su Evangelio y con la realidad de nuestros tiempos, donde nos toca ser testigos de su amor incondicional y de su misericordia renovadora. En este dinamismo solidario, abrazado con alegría esperanzada, nuestro corazón será capaz de mantenerse en buena forma, preparado para compartir nuevos retos y respuestas. Con humildad sincera, sigamos ofreciendo con Jesús nuestra vida a Padre:
Mi corazón está listo (cf. Sal 108,2)
para escucharte y llamarte Padre, en la soledad y con todos.
Mi corazón está listo
para rechazar propuestas que separan de ti,
como las del tentador en el desierto
o la del amigo Pedro para no subir a Jerusalén.
Mi corazón está listo
para compartir la vida y los bienes, con los discípulos y con todos.
Mi corazón está listo
para anunciar en todo templo y lugar que eres vida y misericordia.
Mi corazón está listo
para repensar criterios propios,
aprendiendo de la extranjera que pedía libertad para su hija.
Mi corazón está listo
para reconocerte en los pequeños y sencillos.
Mi corazón está listo
para abrazar tu voluntad y no el miedo que aprisiona en la noche de Getsemaní.
Mi corazón está listo
para construir la comunidad nueva que nace a los pies de la cruz,
con María y el discípulo amado.
Fraternalmente, in Corde Iesu
P. Carlos Luis Suárez Codorniú, scj
Superior general y su Consejo
🇮🇩 Hatiku Siap