03 junio 2021
03 jun. 2021

Muéstranos, Señor, el camino a seguir

Carta para la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús,
11 de junio de 2021


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Entre las facilidades que nos ofrece la tecnología de las comunicaciones, una es la de saber con bastante precisión la ubicación de personas y lugares, las rutas, tiempos y medios disponibles para alcanzar cualquier localización o destino de la manera más rápida y conveniente. Estas ventajas, sin embargo, no están aún al alcance de todos. Hay muchos lugares donde faltan los medios y las estructuras básicas para que todas las personas puedan acceder a ellas. Pero, independientemente de los medios y de la tecnología, lo que sí resulta conveniente es ser conscientes de dónde estamos y hacia dónde vamos.

Celebrar la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es una oportunidad para revisar por dónde andamos en el camino que vamos haciendo y en la manera en que lo vamos recorriendo y compartiendo. Nos toca ubicarnos en este contexto global que tanto desasosiego ha traído. Para unos más que para otros, va recuperándose una cierta regularidad en la vida y en las actividades. Pero los sufrimientos siguen y las dificultades no faltan. En medio de todo esto, es necesario que tanto en lo personal como en lo comunitario, a la vez que actuamos, sigamos reflexionando y respondiendo a preguntas imprescindibles: ¿qué nos deja todo esto? ¿Qué estamos aprendiendo? ¿Cómo hemos ido reaccionando? Entre estas y tantas otras posibles, no debe faltar una: ¿cómo seguir adelante? Como creyentes es más que legítimo, necesario tal vez, que la pregunta se haga súplica humilde, tal como lo han hecho y siguen haciendo tantas personas y pueblos en circunstancias donde no todo se ve claro:

“Que yo experimente tu amor por la mañana,
porque confío en ti;
indícame el camino que debo seguir,
porque a ti elevo mi alma” (Sal 143,8).

Si consideramos a nuestro Fundador en la búsqueda de respuesta a sus interrogantes vocacionales y existenciales, el P. Dehon privilegió el encuentro asiduo con la Sagrada Escritura. Caminando de la mano del evangelista san Juan, en situaciones determinantes, encontró particular inspiración para su itinerario y su obra. De ello queda huella firme en nuestras Constituciones:

“Con San Juan,
vemos en el costado abierto del Crucificado
el signo de un amor que,
en la donación total de sí mismo,
vuelve a crear al hombre según Dios.
Contemplando el Corazón de Cristo,
símbolo privilegiado de este amor,
somos consolidados en nuestra vocación.
En efecto, estamos llamados
a insertarnos en este movimiento del amor redentor,
dándonos por nuestros hermanos, con Cristo y como Cristo” (Cst 21).

Aprovechemos pues la ocasión de esta solemnidad para acercarnos una vez más al pie de la Cruz, allí donde el evangelista san Juan nos sitúa junto a la madre de Jesús y algunas otras mujeres. Pero la mirada del Hijo abarca todavía más. Con sus ojos, Jesús mismo nos hace ver que cerca de María también está el discípulo que Él ama. Desde lo alto, su mirada se detiene en ellos. Otros no están porque tuvieron miedo, o porque quedaron defraudados. Algunos se distanciaron y se aislaron; alguno se perdió en la noche. No todos supieron ser prójimos. Pero para Jesús lo importante ahora es evidenciar esa proximidad que se da en su Madre y aquel discípulo. Los mira (Jn 19,26).

Es un momento de tiniebla (Mt 27,45), sí, pero sólo hasta que Jesús habla. De hecho, al igual que el Padre lo hizo en el principio (Gn 1,3), la palabra del Hijo ilumina la escena y permite entender que, lo que allí se está gestando, no es una tragedia sometida irremediablemente al caos del odio, de la mentira y de la violencia. Bien al contrario, se trata de la configuración de un camino que nace en la fragilidad de los que no tienen otra forma de poder que no sea la del amor a la Vida y la de saber ser prójimos. Cuando el Hijo contempla la cercanía entre la Madre y el discípulo, pareciera que está reconociendo la proximidad misma del Padre con Él y con toda la humanidad, una proximidad que se prolonga sin medida más allá de la aflicción.

Tal vez por eso Jesús, con su palabra, invita a los dos a que consideren un horizonte mayor, les muestra un camino que inicia, precisamente, asumiendo la validez de lo que ellos mismos son y no deben dejar de ser: mujer e hijo, madre y discípulo. A ambos les toca, como don que se les confía, custodiarse entrañablemente como madre y discípulo, y no de otra manera, de modo que pueda ser reconocida en ellos la familia genuina: la que nace del hacer la voluntad del Padre (Mc 3,34s.). Para María y el discípulo, lo visto y lo oído al pie de la cruz se transformó en misión. Entendieron que Jesús les llamaba a caminar juntos, a compartir la vida. Fueron dóciles y audaces para ofrecerse a la que bien podemos llamar la sinodalidad que nace del Corazón del Hijo.

Antes de que el costado fuera abierto, la disponibilidad de María y del discípulo preceden a la sangre y al agua que brotan del costado herido. Son ellos, la Madre y el discípulo, los primeros que manan de la mirada, de la Palabra y de las entrañas de misericordia de Jesús. En cuanto se adhieren a Cristo, son figura y modelo de la Iglesia discípula y maternal que unida al Redentor riega, repara y regenera la humanidad y la tierra. Es ahí donde nuestra Congregación y toda la Familia Dehoniana deben reencontrarse, inspirarse y renovarse siempre. Es ahí donde debemos aprender a seguir caminando.

Que la contemplación del Corazón de Cristo, junto con María y el discípulo amado, siga moviendo nuestras vidas, la de nuestras comunidades y familias para que en medio de esta historia que compartimos, unidos íntimamente a Él, y con particular atención a los más indefensos, no dejemos de contribuir a la instauración de su Reino en las almas y en la sociedad.

En Él, fraternalmente,

P. Carlos Luis Suárez Codorniú, scj
Superior general y su Consejo



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