En vez de comentar los textos del domingo 1º de Navidad, prefiero centrar el comentario en la fiesta de la Navidad, que cae en sábado y ocupa, en la práctica, todo ese fin de semana.
La fiesta de la Navidad se viene celebrando en la Iglesia con una solemnidad equiparable a la de la Pascua de Resurrección. Por eso tiene una misa de “vigilia” y tres misas para el día de Navidad que se celebran o pueden celebrar en la media noche (misa del gallo), en la alborada y al mediodía. Y cada una de estas misas tiene textos propios.
Los textos de la misa del gallo se centran en el acontecimiento histórico de lo acaecido en Belén. Los de la misa del día de Navidad eligen el prólogo del Evangelio de San Juan que hace una lectura teológica de ese misterio de Belén.
Otros años he elegido comentar los textos que a mí me parecen más cónsones con lo que la gente celebra ese día, que es el acontecimiento histórico del “portal de Belén” con pastores y coro angélico.
Este año comento brevemente el evangelio de Juan (Jn 1, 1-18) con la pretensión de haceros llegar mi felicitación navideña a la luz de ese “Logos”-“Verbo”-“Palabra” que se hace carne y habita entre nosotros.
Es importante tener presente lo acontecido 9 meses antes del nacimiento de Jesús, en Nazaret. El Arcángel Gabriel (Arcángel anunciador de lo último, pero “último” de definitivo) después de anunciar la Gran Noticia a María, se retira. Podríamos decir que “se retira”, porque ya ha terminado su trabajo. No tiene más nada que decir. Ha dicho la palabra definitiva de parte de Dios. A partir de ese momento, la Palabra se hace carne y habita entre nosotros. Ese que habita entre nosotros es ya el enviado definitivo por parte de Dios y ya no habrá más enviados. La Palabra hecha carne es el “Ángel” definitivo que Dios Padre envía a los hombres. La Palabra hecha carne (Jesús de Nazaret) inaugura el tiempo escatológico, o sea, los últimos tiempos que ya son definitivos, para siempre.
El evangelio de Juan nos introduce de lleno en este Misterio (sacramento, símbolo, señal, memorial). Misterio, que no es igual a oscuridad o irracionalidad o incomprensibilidad, sino que es misterio por luminosidad, por exceso de comprensión y de razón. Nuestros ojos ante el sol… no lo pueden captar justamente por su luminosidad y no por su opacidad. Los ojos se quedan “chiquitos” para captar esa realidad luminosa que es el sol. Pero no dudamos de su existencia puesto que constatamos su luz percibida en su reflejo en todas las cosas que toca con su luz. Nuestro espíritu, los ojos del alma, ante el acontecimiento de la Encarnación quedan desbordados y superados. El Misterio de la Encarnación nos desborda, pero nos ilumina, enardece y da horizonte y esperanza.
Juan nos dice que “La luz brilla en la tiniebla”. “Tiniebla, oscuridad, noche sin estrellas, noche vacía de sentido”. Que oscura es la noche de la existencia si no viene iluminada, aunque sea por el breve relámpago de una luz que confirma que hay horizonte y futuro. El Verbo (logos) encarnado es algo más que relámpago. Es un nuevo SOL de Gracia y de Verdad que confirma la realidad creatural y nos eleva a los humanos al rango de hijos en el Hijo. El hijo de Dios se ha hecho “compañero” nuestro y esto de forma definitiva, “para siempre”. Nuestra existencia está iluminada y totalmente redimida, salvada, transcendida en el ENMANUEL, Dios con nosotros.
¿No es todo esto motivo suficiente para entrar en gozo, alegría, esperanza y prorrumpir en gritos de alegría, o aleluyas?
¿No es todo esto motivo suficiente para entrar en agradecimiento desbordado?
Nuestra eucaristía de hoy puede ser un buen momento para dar GRACIAS AL PADRE. Podemos decir:
¡Gracias, Padre, por tu Hijo! Él se encarnó para decirnos que tú nos amas, que quieres que vivamos con talante de hijos tuyos y de hermanos entre nosotros.
¡Gracias, Padre, por María, que con su docilidad a tu Palabra, fue la Madre y la discípula que hizo posible la encarnación de tu Verbo!
¡Gracias, Padre, por José, el JUSTO, que acoge a su mujer embarazada del Espíritu Santo, y da el nombre y la estirpe a Jesús, el hijo de David! Él, también hizo posible la encarnación de tu Verbo.
¡Gracias por los ángeles que cantaron tu gloria sobre la gruta de Belén y que anunciaron a los pastores la buena Nueva del nacimiento de Jesús!
Y ¡Gracias, Padre, por los muchos ángeles silenciosos (aquí incluid vuestro nombre) que hoy siguen, con sus esfuerzos por la paz y la fraternidad, anunciando al mundo que es posible ser felices y vivir esperanzados!
Hoy nosotros también cantamos con esperanza y alegría:
¡GLORIA a Dios en el cielo y en la tierra PAZ! Que el poder de tu Espíritu siga suscitando profetas valientes, hombres y mujeres entregados a construir una sociedad conforme a tu Proyecto de AMOR.
FELIZ NAVIDAD 2021