Nuestra vida espiritual (III)Iniciados en la Buena Noticia de Jesucristo
Presentación en varias entregas de la “Guía de lectura” de las Constituciones, escrita por el P. Albert Bourgeois.
“… Iniciados en la Buena Noticia de Jesucristo…
estamos invitados a descubrir cada vez más
la Persona de Cristo y el misterio de su Corazón”
(nn. 9.17)
1. “Nuestra experiencia de fe”
143 Como para “la gracia y la misión” del P. Dehon (nn. 1-8), también nosotros estamos invitados a partir de nuestra “experiencia de fe” para reconocer los rasgos característicos de la vida espiritual SCJ, para discernir las articulaciones o “líneas principales”. En este sentido, el segundo capítulo de las Constituciones en su conjunto (nn. 9-85), introduce, y de alguna manera exige, el subtítulo del n. 9: “Nuestra experiencia de fe”. El análisis global lo hemos presentado en el cap. I en el n. 3.1. y más específicamente para el conjunto de los nn. 1-39 (Vida religiosa SCJ en el cap. I en el n. 3.2). Nuestra fidelidad (fidelitas) deriva de nuestra experiencia de fe (fides), así como su contenido y, podemos decir, su dinámica.
144 Como ya hemos subrayado, el análisis literario puede ayudar a la lectura y la reflexión, pero, como todo análisis, traiciona al final la realidad del texto mismo.
145 La realidad: porque el análisis literario parece establecer una distinción lógica, y por lo tanto cronológica o esencial, entre la experiencia cristiana en general por una parte (“Con todos nuestros hermanos cristianos”: nn. 9.13) y la experiencia dehoniana por otra (nn. 16 ss.), como si esta última no estuviese en germen en la experiencia cristiana, sino que se presentase como una especie de exabrupto. Y también, entre “la vida espiritual” (nn. 16-25) y la “misión apostólica” (nn. 26-39) parece que existe una dicotomía cuya huella se percibe en la formulación del n. 16: “Llamados a servir a la Iglesia… nuestra respuesta supone una vida espiritual”.
146 Pero el análisis traiciona también el mismo texto donde, al primer golpe de vista, se reconoce cómo desde el inicio al fin, lo que se describe no es una vida espiritual al servicio de una misión, sino una vida espiritual-apostólica, una “consagración” que tiene ya en sí misma “una real fecundidad apostólica” (n. 27). El término consagración, además de su alcance “carismático”, significa la consumación y el cumplimiento de la experiencia espiritual. Nuestra experiencia dehoniana, en germen en nuestra experiencia cristiana, se cumple en el servicio de la misión.
147 El n. 9 merece ser meditado atentamente. Tiene su densidad:
– con las dos citas que lo encuadran y cuya elección no es fortuita (1Jn 4,16 y 1Cor 12,3)
– con el breve desarrollo central, culminado en la expresión: “para seguir a Cristo” y donde se nota: la referencia a las “tres virtudes teologales” en su interdependencia; con la expresión del “radicalismo” evangélico, que se reencontrará en los nn. 13-14, respecto a nuestra “vocación religiosa”; con la evocación de los desafíos del mundo, de los que se hace eco, en el desarrollo, algo que se dirá en los nn. 35-39, respecto “a las llamadas del mundo”.
148 Ya se han señalado aquí, como en los nn. 16 y 26, las tres grandes referencias al misterio de Cristo, al de la Iglesia y a la acción del Espíritu (cf. cap. I, n. 3.2.2.).
149 Subrayamos también el movimiento del texto caracterizado por la indicación de los tres “momentos” de la experiencia de fe: “Iniciados… hemos creído… confesamos” (n. 9), con la breve pero significativa alusión a la necesidad de reforzar y de “afirmar” la fe recibida (cf. Rm 10,8-10). Esta experiencia de fe está bien concebida y presentada en la perspectiva de una vida religiosa apostólica.
150 En fin, a esta referencia a nuestra iniciación bautismal y eclesial está explícitamente unida nuestra vocación religiosa, “enraizada en nuestro bautismo y nuestra confirmación” (n. 13), como “un don particular con vistas a la gloria de Dios y para testimoniar la primacía del Reino” (n. 13), para llegar a la santidad, mediante la caridad perfecta, que es la vocación universal de todos los bautizados. La expresión “con todos nuestros hermanos cristianos” (nn. 9 y 13) lo subraya con claridad. Reencontramos aquí uno de los principios evangélicos y teológicos de la vida religiosa recordados por el Concilio (cf. LG 44 y PC 5) y que Ecclesiae Sanctae pedía poner muy en evidencia en la revisión de las Constituciones: “Principia evangelica et theologica de vita religiosa ejusque unione cum Ecclesia” (Los principios evangélicos y teológicos de la vida religiosa y de la unión de ésta con la Iglesia, II, pars I, art. 12,a).
2. Las líneas fundamentales de nuestra vida espiritual
151 La descripción de la experiencia y de la vida dehoniana se desarrolla a lo largo de todo el texto según tres grandes líneas principales, que se reencuentran en cada una de las subdivisiones de las que hemos destacado su paralelismo (cf. cap. I, n. 3.2.3.):
– el descubrimiento y acercamiento a la persona de Cristo, a su misterio y a su misión, sobre todo a través del misterio del Costado abierto y del Corazón traspasado: nn. 2-3… 10-12/19-21
– la vida de adhesión y de unión en la caridad, especialmente la experiencia de la presencia activa de Cristo, vivida en la unión a su oblación reparadora, como principio y centro de nuestra vida: nn. 4-5… 13-14/17-18/22-24
– y el testimonio profético para la instauración de su Reino en las almas y en la sociedad, al servicio de la misión salvadora del Pueblo de Dios en el mundo de hoy: nn. 6-7/67… 26-29.
2.1. Un común acercamiento al misterio de Cristo
152 “Iniciados en la Buena Noticia de Jesucristo…” (n. 9).
153 En referencia a Mc 1,1 comprendemos esta “Buena Noticia de Jesucristo” en el sentido (¡supra-exegético!) de Buena Noticia: el Evangelio es Jesucristo. Somos iniciados no solo a su enseñanza y a su doctrina, sino a su Persona. Este “Evangelio” es la “norma última” de la vida cristiana y, por un título particular, de la vida religiosa (cf. PC 2). Hemos “aprendido a conocer a Cristo” (Ef 4,20), somos sus discípulos (manthànein – mathétès). Esta “iniciación” no es una simple información, sino que es una “en-formación” mediante la “forma” misma de Jesucristo.
2.1.1. Los nombres de Cristo
154 En todo el texto, la Persona y la presencia de Cristo constituyen un polo de referencia privilegiado:
– al inicio y al final, como una especie de gran marco, en el n. 9: “hemos sido iniciados en la Buena Noticia de Jesucristo…” y en el n. 39: “… comprometiéndonos sin reserva para el advenimiento de la humanidad nueva en Jesucristo”
– en todo el texto, el nombre de Cristo, bajo diferentes formas, se repite casi 40 veces (en 30 números). A partir de estos “nombres de Cristo” se delinea un borrador de cristología (cf. la famosa obra maestra de fray Luis de León (1528-1591), Los nombres de Cristo, editada en tres volúmenes en 1587, donde se medita sobre 14 nombres…).
155 Prácticamente, la referencia a Cristo (o mejor, a su presencia) está en el principio, en el centro y en el final del texto, está en el trasfondo de cada párrafo y de la mayor parte de las frases: es “el principio y el centro de nuestra vida” (n. 17); “su camino es nuestro camino” (n. 12), para entregarnos “con Cristo y como Cristo” (n. 21), para vivir, en su seguimiento, en una solidaridad efectiva con los hombres (cf. n. 22), “para el advenimiento de la humanidad nueva en Jesucristo” (n. 39). “Él es para nosotros el Primero y el Último, el Viviente” (n. 12); es “lo único necesario” (n. 26).
156 En este sentido, comparándolo con el texto de 1973, el de 1979 es, de alguna manera, aún más significativo y unificado. El cambio del plan, con el traslado de los números sobre “Las esperanzas del mundo”, acentuó la relación única de nuestra vocación y de nuestra vida con la Persona y la misión de Cristo. De esta misma relación, nuestra mirada sobre el mundo, nuestra atención a sus llamadas y a sus esperanzas, asumen más claramente su sentido, su luz y su contenido. En el Corazón mismo de Cristo, aún más que en la constatación de las necesidades del mundo, tiene origen nuestra vocación religiosa, y nuestra oblación asume todo su alcance apostólico y reparador.
157 Todo esto está en armonía, “corresponde” a la experiencia y a la intención del P. Dehon; está en armonía con la naturaleza misma de la vocación y de la vida religiosa.
2.1.2. Dos textos: nn. 10-12 – “Nuevo Adán”; nn. 19-21 – “Corazón de la humanidad y del mundo”
158 Dos textos importantes describen brevemente nuestro “común acercamiento al misterio de Cristo” (n. 16) y a su Persona, en un descubrimiento progresivo. “Estamos invitados a descubrir cada vez más la Persona de Cristo y el misterio de su Corazón” (n. 17):
– un primer acercamiento está en la experiencia de fe que hacemos “con todos nuestros hermanos cristianos” (n. 13) (cf. nn. 10-13)
– y, después, con “una atención especial” (n. 16) a lo que corresponde a la experiencia del P. Dehon, en la que la referencia al Costado abierto del Crucificado determina su ángulo de visión del misterio de Cristo (cf. nn. 19-21).
159 Dos textos sucesivos, por tanto, cada uno de los cuales bien situado en su contexto inmediato y en el desarrollo lógico de las Constituciones. No son dos acercamientos diferentes y paralelos, sino la profundización de una única contemplación.
160 Los Evangelios fueron escritos como testimonios. Testimonian el acercamiento y la contemplación de la vida y de la muerte de Jesús propios de una comunidad cristiana (y de los evangelistas, cada uno a su manera), a la luz de la Resurrección, bajo la guía del Espíritu. También nosotros, de alguna manera, pedagógicamente, estamos invitados a dar este paso. Una vía de “común acercamiento” se nos indica: el evento y el misterio del Costado abierto; la vía que el Evangelista nos indica, recordando la profecía de Zacarías: “Videbunt in quem transfixerunt…” “Volverán la mirada a aquel que traspasaron” (Jn 19,37). La contemplación del Costado abierto, como vía de acercamiento al misterio de Cristo, como para el P. Dehon, se nos propone como la vía privilegiada y preferida para un descubrimiento progresivo y “dehoniano” de la Persona de Cristo y para una vida espiritual típica de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
161 Estos dos textos merecen un análisis detallado y una meditación atenta:
– de su movimiento paralelo desde el inicio hasta el final
– de la presentación que se hace de la misión de Cristo, de su presencia y de su acción actual, de lo que Él es para nosotros y para nuestra vida.
162 Tanto el vocabulario como el uso de los tiempos tiene su interés, así como observar que el segundo texto no es una simple repetición del primero.
163 A. “Nuevo Adán” (n. 10)
164 En los nn. 10-12 destacamos, como más particularmente interesantes para nuestra vida espiritual SCJ, tres expresiones:
– “en obediencia al Padre” (n. 10)
– al servicio del Reino (cf. nn. 10-11)
– mediante “su solidaridad (de Cristo) con los hombres” (n. 10).
165 “En obediencia al Padre” (n. 10)
166 Esta es la clave de interpretación de los misterios de la vida de Cristo, de cada uno de sus actos, de su misión.
167 Según San Juan, con esta obediencia, la Persona del Verbo se revela como “orientada hacia el Padre” (Jn 1,1); el Hijo se revela como “Siervo” hasta el gran grito del abandono supremo sobre la Cruz (cf. Mc 15,34). El Evangelio de Juan está constelado de referencias a la voluntad del Padre, de la que el famoso himno de Pablo en la carta a los Filipenses (2,6-11) nos ofrece una expresión conmovedora.
168 Al servicio del Reino
169 “Su servicio en favor de las multitudes” (n. 10). La noción y la realidad del “Reino” domina la perspectiva sinóptica (y también apocalíptica) del misterio de Jesús. Es una referencia y un hilo conductor a seguir a lo largo de todo el texto de las Constituciones respecto a varios temas (cf. nn. 13, 29, 37-38, 41-43, 48, 54, 60…).
170 El texto multiplica las expresiones: un mundo nuevo, el de la libertad de los hijos de Dios, del hombre nuevo en la justicia y en la santidad de la verdad. Las palabras libertad, justicia, santidad, verdad constituyen el contenido de la “redención” y cada uno de estos términos posee un denso significado en la Escritura y en la tradición teológica y espiritual. Ahí tenemos los nn. 35-39 respecto a las “esperanzas del mundo” y en las “aspiraciones de nuestros contemporáneos” (n. 37), en que participamos y las referimos a “la venida del Reino, que Dios ha prometido y realizado en su Hijo” (n. 37); y más allá de estas “esperanzas” el Reino encontrará su cumplimiento (cf. n. 10). Destacamos también la “cronología” de este Reino: anunciado; ya en germen; Cristo ya operante y presente en medio a nosotros; la redención ya presente… y, sin embargo, se espera como posible y ofrecido. Esta “cronología” es el lugar de nuestra vida espiritual, apostólica según la perspectiva abierta por las dos citas de la carta a los Romanos (8,22-23) y de la primera carta a los Corintios (15,28) (cf. n. 10).
171 Mediante “la solidaridad con los hombres” (n. 10)
172 Esta solidaridad es la ley misma de la encarnación y de toda la vida de “seguimiento de Cristo”.
173 La palabra “solidaridad” debe ser seguida en el conjunto del texto (cf. los nn. 10 y 29 para la solidaridad de Cristo y los nn. 22 y 29 para nuestra personal solidaridad).
174 La expresión es particularmente significativa en el n. 10: “En su solidaridad (la de Cristo) con los hombres, como nuevo Adán, él reveló el amor de Dios” (n. 10). Así, según la primera carta de Juan (4,7-16), amándonos los unos a los otros, testimoniamos el amor que Dios tuvo por nosotros, así como que Dios es amor. Volveremos a este texto respecto al significado de nuestra oblación y de la teología del agape de la que deriva. Si nuestra oblación es una unión a la oblación de Cristo (cf. nn. 6 y 17), esta solidaridad de Cristo con los hombres nos interesa profundamente.
175 En este primer texto de nuestras Constituciones, importante para nuestro “acercamiento” al misterio de Cristo, se pone de relieve la figura de Cristo “Siervo” (cf. n. 10): Cristo que vive su amor por el Padre en su servicio de amor por los hombres; que nos revela el amor del Padre viviendo con nosotros. En Cristo, el Padre nos manifiesta su amor.
176 La contemplación de los misterios de Cristo, el ejercicio de la unión a Cristo en sus misterios (cf. n. 77), asumen así todo su significado, en una perspectiva que no es solo de perfección y de imitación, sino de unión al misterio y de participación efectiva en la misión misma de Cristo: “Su camino es nuestro camino” (n. 12). Un “ejercicio” que, según las más diversas modalidades, se refiere a la esencia, al fundamento y también a la estructura de la vida espiritual cristiana y, con más razón, de “nuestra vida espiritual SCJ”.
177 Este “acercamiento” ya está presente en el n. 2, cuando se habla de la experiencia de fe del P. Dehon, “en la fe en el Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20). La fórmula de nuestra confesión de fe en el n. 9 nos orienta en el mismo sentido: “confesamos, por el Espíritu, que Cristo es Señor, en quien el Padre nos ha manifestado su amor, y que está presente en nuestro mundo para salvarlo”. De este amor del Padre, revelado y siempre activo en el amor de Cristo, para nosotros como para el P. Dehon, la expresión más evocadora es su Costado abierto.
178 B. “Corazón de la humanidad y del mundo” (n. 19)
179 El segundo texto cristológico (cf. nn. 19-21), en su conjunto y en su movimiento general, es paralelo al primero (cf. nn. 10- 12):
– la misión de Cristo (nn. 10 y 19)
– su presencia y su acción actual (nn. 11 y 20)
– lo que Él es para nosotros y para nuestra vida (nn. 12 y 21).
180 En los dos textos está presente una especie de panorama del designio redentor, de la economía de la salvación, como decían los Santos Padres, que está al menos esbozado, con matices y diferencias de acento. El segundo texto no es evidentemente un simple duplicado del primero.
181 En los nn. 10-12, Cristo es prácticamente el sujeto de todas las frases: es el actor obediente…
182 En los nn. 19-21, el sujeto en la vida y la misión de Cristo es, ante todo, el Padre (de hecho, los verbos del n. 19 están todos en pasado). La acción de Cristo, por el contrario, se presenta en los nn. 20-21 toda ella en presente. Así pues, una presentación más “sinóptica” en los nn. 10-12 y más “joánica” en los nn. 19-21, donde, para retomar las fórmulas de nuestros teólogos, está presente la doble perspectiva complementaria de una “cristología desde abajo” y de una “cristología desde arriba”. Sobre todo en el segundo texto, centrado en la presencia actual y activa de Cristo: “Corazón de la humanidad y del mundo” (n. 19), desarrolla la afirmación del n. 11: “Cristo… actúa ya con su presencia en medio a nosotros”. El símbolo del “Corazón” caracteriza esta presencia. Este Reino del que Cristo es el Corazón: es un Reino de amor, cuya ley de salvación es el amor que regenera, recrea, reúne, “recapitula”, “según el designio de amor del Padre” (cf. nn. 19-20).
183 Destaca fácilmente cómo el término “amor” se repite seis veces en los nn. 19-21 frente a una sola vez en los nn. 10-12. Los dos textos están evidentemente bajo “el signo del amor de Dios revelado en Jesucristo” (n. 10), pero, sobre todo en el segundo texto, descubrimos un acercamiento y una atención particulares al amor o, al menos, un relieve claramente acentuado. Este acercamiento encuentra su vía en la contemplación del “Corazón traspasado”, para una devoción al Corazón de Cristo plenamente integrada en el misterio de Cristo, en el “movimiento de su amor redentor” (n. 21).
184 La imagen es la expresión. “Corazón de la humanidad y del mundo” (n. 19) (de sabor bastante teilhardiano) es una repetición, sin contradecirla pero para mejor explicarla, de la imagen de la “Cabeza” y de los miembros apreciados por San Pablo (cf. cartas a los Colosenses y a los Efesios). La imagen del “Corazón” está aquí estrechamente unida a la resurrección y al señorío de Cristo: un Reino de amor para la “amorización” del mundo, diría el P. Teilhard de Chardin, “fuente de la apertura de las personas y de las comunidades, que encontrará su plena manifestación y su recapitulación en Cristo” (Punto Omega).
185 Sean cuales sean las referencias y las alusiones, si bien no es la devoción al Corazón de Cristo lo que aquí se considera directamente, es al menos una buena introducción y una amplia perspectiva en la que la revelación misma del Corazón encuentra su lugar y su significado.
2.2. “Contemplando el Corazón de Cristo…” (n. 21)
186 La contemplación del Corazón de Cristo es parte esencial de nuestra experiencia dehoniana. Nuestra fe como “cristianos” “debemos afianzarla viviéndola en la caridad” (n. 9). “Contemplando el Corazón de Cristo, símbolo privilegiado de este amor, somos consolidados en nuestra vocación” (n. 21). Todo esto no es para nosotros una especie de excrecencia devocional, sino la vía de acercamiento privilegiado al misterio de Cristo. Sin embargo, la presentación de las nuevas Constituciones sustituye la imagen y el mensaje de Paray-le-Monial con la referencia al misterio del Costado abierto, según el Evangelio de Juan (19,31-37). Y esta presentación puede dar un pequeño problema de fidelidad dehoniana.
187 Las antiguas Constituciones (de 1885 y de 1906-1956) se centraban en la imagen y el mensaje de Paray, sobre aquellas “palabras de Nuestro Señor a Santa Margarita María” que, nos dice el P. Dehon, “lo habían impresionado profundamente (NHV 12/144). Esta imagen y este mensaje inspiran el Directorio espiritual y los escritos del P. Dehon. Durante toda su existencia les será fiel en su vida espiritual personal y en su apostolado por la llegada del Reino del Sagrado Corazón. En la introducción del Directorio espiritual declara: “Nosotros respondemos a las peticiones de Nuestro Señor en Paray-le-Monial”.
188 Se trata para nosotros de algo importante que nos refuerza en nuestra vocación (cf. n. 21) y también en la perspectiva espiritual, que determina nuestra participación en la misión de la Iglesia en el mundo de hoy (cf. nn. 2 y 26-27).
189 Del “Sagrado Corazón” de Paray-le-Monial al “Crucificado del Costado abierto” hay mucho más que una simple sustitución de imagen por razones de estética o de adaptación cultural y pastoral. Esta “renovación adaptada” ocurió por una invitación de la Iglesia. Doctrinal y espiritualmente es una especie de “conversión”, de retorno a las fuentes de la devoción al Sagrado Corazón, del modo de concebirla y de practicarla:
– en comunión con el pensamiento y la vida de la Iglesia, en la línea de la encíclica Haurietis Aquas y del importante desarrollo teológico, espiritual y pastoral que la precedió y siguió y del que nuestras antiguas Constituciones no pudieron, evidentemente, tener en cuenta;
– en fidelidad profunda también, pese a las apariencias, si no a la presentación y las formas de la devoción, al menos sí a la naturaleza y el significado profundo de la devoción de Paray-le-Monial. Entre todas las formas de devoción al Corazón de Jesús, la parediana remite más directa y constantemente al hecho y al misterio del Costado abierto según el Evangelio de Juan (19,31-37), también para la perspectiva reparadora que es típica de la devoción de Paray;
– finalmente, por fidelidad dehoniana, si se quiere seguir al P. Dehon en su contemplación, en su enseñanza, en la evolución de su personal actitud fundamental y práctica respecto a la meditación del misterio del Costado abierto.
190 Las Constituciones de 1885 veían en este misterio la figura de nuestra “profesión de inmolación”: “La profesión de inmolación que caracteriza a los Sacerdotes de la Sociedad del Corazón de Jesús puede ser comparada con la lanza del centurión que abrió el Costado del Salvador y consumó su sacrificio” (Constitutions 1885, colección Studia Dehoniana 2, cap. V, n. 113, p. 26).
191 “El espíritu de inmolación mediante el amor confiere a la Sociedad la característica que le es propia” (Ibid., cap. V, n. 152, p. 36). Este texto lo retoma el Directorio espiritual (DSP 171).
192 Sobre el misterio de la transfixión, el P. Dehon escribió bellas páginas en Etudes sur le Sacré-Coeur (ESC 1/256-278), en Couronnes d’amour (CAM 2/192-246) y en el Directorio espiritual: las meditaciones sobre la Pasión (DSP 61-69), sobre la experiencia de María en el Calvario (DSP 89-91) y sobre la experiencia de San Juan (DSP 116-126).
193 Sin ignorar la tradición doctrinal, patrística y mística, el P. Dehon desarrolla prevalentemente el significado espiritual y devocional de la transfixión del Costado para exhortar al don total (oblación) como recambio de amor a Cristo en espíritu de reparación. El misterio del Calvario es meditado como una ilustración maravillosa, una enseñanza respecto a “nuestra vocación”, más que propiamente como la fuente de nuestra vocación. Nuestra fidelidad dinámica consiste en ir al fondo del pensamiento más íntimo del P. Dehon. Nos lo dijo él mismo: “La apertura del Corazón de Jesús es el misterio de los misterios, el fundamento de todos los demás misterios, el misterio del amor que fue entrevisto por las edades precedentes, pero que nos fue plenamente revelado a nosotros” (CAM 2/193).
194 En esta línea de “fidelidad dinámica” somos invitados por las nuevas Constituciones a contemplar “con san Juan” el “Costado abierto del Crucificado” (n. 21).
195 Ante todo es el misterio en sí mismo el que atraerá nuestra atención: la apertura del costado, el brotar del agua y la sangre, el misterio del cordero inmolado, el misterio pascual de la sangre derramada, el misterio pentecostal del don del Espíritu, el nacimiento de la Iglesia y del hombre del corazón nuevo, recreado según Dios…[1].
196 La línea de la tradición espiritual y mística de la devoción al Sagrado Corazón que habla de la “penetración” en el Corazón de Jesús, más familiar para el P. Dehon, siempre está presente y se supone en nuestras nuevas Constituciones. En el texto se habla de la “unión íntima al Corazón de Cristo” (n. 4), de la “adhesión a Cristo que viene de la intimidad del Corazón” (n. 5), “de la unión a Cristo en su amor por el Padre y por los hombres” (n. 17), de la “comunión con Cristo” (n. 22), “de la intimidad del Señor” (n. 28). En este sentido el P. Dehon interpretaba y meditaba la expresión de Juan (19,37): “Videbunt in quem transfixerunt”; “Volverán la mirada hacia dentro de aquel que han traspasado” (cf. Année avec le S.-C., I, p. 363). En la Vie d’amour, el P. Dehon hace decir al Salvador: “Yo soy en verdad un libro escrito dentro y fuera (cf. Ap 5); lo que os he escrito es mi amor… No te contentes con leer y admirar esta escritura divina solo desde fuera; penetra hasta mi Corazón y verás una maravilla aún más grande: el amor mismo, el amor inagotable, al que nada le importa lo que sufre y que se entrega sin límites” (VAM 114).
197 Contemplando así el Corazón traspasado de Cristo, nosotros reconocemos en él:
– la manifestación última y suprema del amor del Padre, en la entrega total del Hijo “usque in finem” (Jn 13,1); la obediencia y la oblación de Cristo: “… ut adimpleretur Scriptura” (Jn 19,36)
– el misterio del pecado en el Cordero inmolado: “… in quem transfixerunt” (Jn 19, 37)
– la llamada al testimonio: “… ut et vos credatis” (Jn 19,35).
198 Estas tres grandes líneas de contemplación del misterio del “Costado abierto” confirman las que hemos subrayado en la experiencia de fe del P. Dehon.
199 Para él es el “misterio de los misterios”, no solo el más grande y el más bello de los misterios (como se dice: el “Cantar de los cantares” o “Vanidad de vanidades”), sino el fundamento de todos los demás misterios; su punto de concordancia y la revelación de su significado; el misterio a través del cual y a partir del cual estamos invitados a contemplar todos los demás misterios, nuestra vía para acercarnos a la Persona y al misterio de Cristo.
200 Todo esto es una exigencia de fidelidad dehoniana, para captar el máximo provecho de una real y profunda devoción al Corazón de Jesús y para la fecundidad real de una auténtica vida dehoniana: una vida de amor y de reparación, concebida y vivida como una vida de caridad, una realización de ese agape que debe animar nuestra vida, para que seamos “profetas del amor y… servidores de la reconciliación de los hombres y del mundo en Cristo” (n. 7), “comprometiéndonos sin reserva para el advenimiento de la humanidad nueva en Jesucristo” (n. 39), para que “del Corazón de Cristo, abierto en la Cruz”, nazca “el hombre de Corazón nuevo, animado por el Espíritu, unido a sus hermanos en la comunidad de amor que es la Iglesia” (n. 3)… Una “vida espiritual”, nutrida por la contemplación del
[1] Para el estudio crítico y exegético de la transfixión, para su tradición patrística, doctrinal y espiritual, cf. la obra de Alfredo Carminati, scj, È venuto nell’acqua e nel sangue, EDB, Bologna, 1979.