El domingo pasado veíamos que los caminos del Señor son justos y estables reconociendo que tantas veces sus caminos no son nuestros caminos.
Hoy nos podemos preguntar: ¿Hay alguna pauta o criterio para saber si estamos haciendo el camino correcto?
En los evangelios también Jesús habla de algunos criterios para indicar si estamos en el camino correcto.
En el evangelio de hoy (Mateo 21, 28-31) Jesús se dirige a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo. La élite más encumbrada de la sociedad israelita; aquellos que por definición estaban más cerca de Dios y que debían ajustar sus vidas a las normas del Decálogo. Les pone delante un ejemplo clarividente y crítico a la vez. Dirigido al que tenga oídos para oír. Hay un personaje que dice “sí” pero no hace nada. Hay otro personaje que dice “no” pero que finalmente hace. Las palabras pueden envolver actitudes directamente falsas, como es el caso del segundo hijo. Las palabras pueden envolver sentimientos verdaderos, pero que pueden cambiar después de pronunciadas porque uno se da cuenta de que es mejor cambiar de actitud y hacer aquello a lo que se respondió con un “no”.
Jesús valora positivamente el cambio de actitud del primer hijo y da por “obediente” al que había obrado finalmente según el criterio del padre. El segundo hijo es el que es un palabrero. Queda bien aparentemente pero no hace lo que se le dice. Es un desobediente.
El criterio marcado por Jesús son las “Obras”. Obras realizadas en actitud obediencial al Padre. No “obras” de esclavo sino obras de “hijo”.
Jesús se dirigía a la gente de bien de aquella sociedad teocrática que había conseguido aislar a Dios en las alturas y no dejar que le tocasen los pecadores y las prostitutas. El “reino de Dios” se había convertido en “anti-reino”. Jesús se dirige a ellos para invitarles a la conversión. Decirles que los pecadores y las prostitutas les precederían en el Reino, era la mayor provocación. Jesús privilegiaba manifiestamente a aquellos que estaban al margen e imposibilitados de entrar en los confines del santo pueblo de Dios. Las palabras de Jesús no hicieron efecto. Sirvieron para enconar más su relación con los dirigentes del pueblo y esto le llevaría directamente al patíbulo. Las estructuras sociales del pueblo eran intocables. Las prostitutas siempre serán prostitutas. Da la casualidad que en una ocasión diferente, a la mujer pública presentada a Jesús, los que primero se marcharon sin tirar piedras fueron los más viejos. Ahí queda. Condenamos pero hacemos uso de ello cuando nos place o nos viene bien. ¡Hipócritas!
Estas palabras de Jesús también nos vienen dirigidas a nosotros. Las prostitutas nos precederán. No dejan de ser escandalosas. ¿Por qué será? Probablemente tenemos montado un tinglado semejante al de la sociedad de aquel tiempo. Nos sentimos buenos. Cumplimos a medio gas. Nuestra vida cristiana es mediocre y bastante individualista. No somos comunidad que brille como luz sobre el monte. Y asistimos a un decrecimiento de miembros de la Iglesia. Podíamos pensar: “Somos pocos y encima el evangelio nos señala un camino difícil. Así conseguirán que nos marchemos algunos más”. El evangelio no trata de oponer las cosas difíciles. Se trata de llamar a conversión. Llamar a cambios de actitud. Llamar a sincerarnos y despojarnos de la hojarasca que tapa el evangelio en nuestras vidas. Las palabras de Pablo (Filipenses 2, 2-11) “Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses sino buscad todos el interés de los demás”.