Carta de Navidad 2024
A pocos días de celebrar la Natividad del Señor, queremos agradecer a Dios que nos permite encontrarnos nuevamente ante el pequeño de Belén, junto a María y a José, como peregrinos de la esperanza. Llegamos desde lugares y vivencias diferentes, pero nos sabemos convocados – por él mismo – para que cada vez lo conozcamos más de cerca.
Mientras lo contemplamos, desde nuestros mismos ojos otros rostros se asoman ansiosos para mirarlo. Son los hombres y mujeres que llevamos dentro, los que cargamos como don precioso que Dios nos ha confiado en la comunidad, en la familia o en el apostolado que realizamos. Son parte de nuestra vida, de nuestras alegrías y de nuestras inquietudes. Pero hay muchos más. Lo sabemos. También ellos, los distantes y los desconocidos, son don que Dios nos confía. Hermanas y hermanos tan cercanos como las calles en las que habitamos y tan cotidianos como el refugiado que anhela una orilla amiga para él y para cuantos lleva dentro de sí. Hombres y mujeres en quienes los herodes de turno se ensañan insaciables de dolor porque todavía hoy temen ser destronados por el balbuceo de un pequeño cargado de paz y de misericordia.
Para unos y para otros ha venido Jesús, para todos, «para que tengamos vida». Porque él mismo, como lo entiende el P. Dehon, es la vida que consolida la nuestra: “Yo soy la vida – dice él – y he venido para derramar la vida en vuestras almas: Yo he venido para que tengan vida” (Jn 10,10). De esta manera admirable, Jesús manifiesta y comparte lo que él mismo es: hijo amado de Dios y vida para el mundo.
Ha venido para desparramar sin medida la gratuidad y la ternura de Dios, de modo que también nosotros podamos conocerlo como Padre y nos reconozcamos como sus hijos (cf. Jn 1,12). Ha venido para entregarse y así generar nueva vida, como la semilla que fecunda la tierra; como el aroma que embriaga a los enamorados; como el samaritano que abate la indiferencia; como el pan que se desmigaja; como el agua que sacia y como el abrazo que no aprisiona. Ha venido para llevarnos en su corazón y en él transformarnos en ofrenda viva al Padre como servidores atentos de nuestros semejantes, para que el mundo crea (cf. Jn 17,21).
Acudamos pues con renovado anhelo a Belén para que nuestro sí primero, tal vez un tanto oxidado o quizás fuera de uso, sea reparado y puesto al día para mejor acompañar el itinerario jubilar de la Congregación. Adoremos, allí y en todo lugar, al Niño nacido de María para que acojamos ilusionados su vida, la hagamos nuestra con gozo y la compartamos sin pereza con todas las gentes porque en su debilidad gloriosa es él quien «fundamenta nuestra esperanza» (cf. Cst 9).
A ustedes, a sus comunidades, a sus familias y a tanta gente buena que nos acompaña con su oración y su simpatía les deseamos una feliz Navidad y un venturoso año 2025,
Fraternalmente, in Corde Iesu,
P. Carlos Luis Suárez Codorniú, scj
Superior general y su Consejo