"Ser padres significa introducir al hijo en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para aprisionarlo, sino para hacerlo capaz de opciones, de salidas libres" (Francisco in Patris corde).
En el año dedicado a San José (8 de diciembre de 2020 – 8 de diciembre de 2021) se refuerza la atención al padre adoptivo de Jesús en un contexto cultural en el que la cuestión de la paternidad se renueva significativamente.
El Papa escribe en la carta apostólica Patris corde: “Los padres no nacen, se hacen. Y no se llega a serlo simplemente porque se da a luz a un hijo, sino porque se cuida responsablemente de él. Cada vez que alguien se responsabiliza de la vida de otro, en cierto sentido ejerce la paternidad hacia él. En la sociedad de nuestro tiempo los niños a menudo parecen ser huérfanos de padre”.
La devoción a San José es bastante tardía tanto en Oriente como en Occidente, y la Iglesia que ha “reubicado” la figura de María en un sentido dogmático y bíblico es consciente de lo que escribió K. Barth en Esquisse d’une dogmatique: “El hombre Jesús no tiene padre. Su concepción no sigue el derecho común. Su existencia comienza con una decisión libre de Dios. Procede de la libertad que caracteriza la unidad entre el Padre y el Hijo con el vínculo del Amor, es decir, con el Espíritu Santo. Es el lugar de la libertad de Dios, y de esta libertad de Dios procede la existencia del hombre Jesucristo.”
Pero la centralidad de Dios y de Jesús no elimina las mediaciones humanas, ni la inteligencia espiritual de las devociones.
Padre, ¿qué quiere decir?
En el 150 aniversario de la proclamación de San José como patrón de la Iglesia católica por parte de Pío IX (8 de diciembre de 1870), la decisión del Papa Francisco de celebrar el Año de San José se encomienda a la carta apostólica, pero también a otras decisiones relativas a las indulgencias y a la introducción en todos los cánones eucarísticos de la mención del santo junto a la Virgen.
Se han introducido nuevas invocaciones en la letanía de San José: guardián del Redentor, siervo de Cristo, ministro de la salvación, apoyo en las dificultades, patrón de los exiliados, de los afligidos y de los pobres. No son numerosas, pero tampoco se han de ignorar, las iniciativas comunes de 16 familias religiosas inspiradas en San José en relación con la celebración del año y las actividades pastorales de los obispos italianos, franceses y polacos.
En el Directorio sobre la piedad popular y la liturgia (2002) se dice: “A lo largo de los siglos, especialmente los recientes, la reflexión eclesial ha puesto de relieve las virtudes de San José, entre las que destacan las siguientes: la fe, que en él se tradujo en una adhesión plena y valiente al designio salvador de Dios; la obediencia diligente y silenciosa a las manifestaciones de su voluntad; el amor y la fiel observancia de la ley, la piedad sincera, la fortaleza en las pruebas; el amor virginal a María, el ejercicio obediente de la paternidad, la ocultación laboriosa” (nº. 219).
En este contexto, se puede señalar un libro publicado como cuaderno de la Nouvelle revue théologique que recoge cinco ensayos aparecidos en la revista desde 1953 hasta 2013, bajo el título Saint Joseph. Théologie de la paternité (París, 2021). Los autores son: H. Rondet, X. Léon-Dufour, A. de Lamarzelle, P. Grelot, P. Piret. Retomaré algunas consideraciones sobre la historia de la devoción y sus referencias bíblicas.
La Escritura y los apócrifos
La Escritura traza la figura de José con absoluta sobriedad, pero el personaje es absolutamente real, en absoluto inventado o imaginario. Es un conocido artesano, señalado por todos como el padre de Jesús. Los evangelios apócrifos se han aplicado a enriquecer las escasas notas de la Escritura.
En particular, el Protoevangelio de Santiago narra ampliamente su matrimonio con María e impone para los siglos siguientes la imagen de José como un anciano, viudo y con otros hijos. En la tradición patrística su papel es secundario, pero se afirma su virginidad y, por su función de criador y educador, se le propone como candidato a protector de toda la Iglesia. Aparecen nuevos apócrifos (Evangelio de la Infancia, Historia de José el Carpintero, Evangelio de la Natividad) que enriquecen las leyendas, como el matrimonio que tuvo lugar a los 89 años (más tarde murió a los 110), la presencia de hijos del primer matrimonio, el acompañamiento de ángeles al alma de José hacia el cielo.
La devoción popular comenzó a desarrollarse en Oriente no antes del siglo IX y en Occidente después del X. Aunque lo insinúan Hilario de Poitier, Ambrosio, Crisóstomo y Agustín (del 300 al 500 d.C.), sólo se observa una atención específica por parte de San Bernardo y el pseudo-Buenaventura. Para Santo Tomás, la santidad de José está ligada a su papel en el plan de Dios y en la economía de la salvación. Más eficaz en la difusión de la devoción fue el arte, que a partir del siglo XV tradujo en imágenes a autores espirituales como Ludolfo (el monje cartujo).
La devoción tardía
La piedad popular cobró fuerza a partir del siglo XV. Sus promotores fueron Bernardina de Siena, Vincent Ferrier, Pierre d’Ailly y Gerson (Canciller). Este último pronunció un famoso sermón en el Concilio de Constanza (1412).
Pero fue la polémica antirreformista la que desarrolló los primeros tratados, entre ellos el de Isidoro Isolani (Summa dei doni di san Giuseppe). Entre los jesuitas se puede mencionar a los padres Coton, Binet, Barry y, sobre todo, a Moralés, que discute las opiniones teológicas sobre los diversos temas relacionados con José. De Santa Teresa a Pedro de Alcántara, de Francisco de Sales a Olier, a Vicente de Paúl, el culto a San José entra con fuerza en los libros espirituales. También hay que mencionar los famosos panegíricos de Bossuet.
No menos cambio introdujo el Renacimiento que, con su espíritu crítico, retomó la cuestión de la edad de José en el momento de su matrimonio y las representaciones establecidas, como la del asno que acompaña la huida a Egipto. El éxito artístico más eficaz de la renovación se observa en las pinturas de La Tour.
Gerson había pedido que se instituyera una fiesta litúrgica para San José, y esto ocurrió con Sixto IV en 1481, fijándola en el 19 de marzo. Inocencio VIII la elevó de papel y con Gregorio XV se convirtió en una fiesta de precepto. En 1714 Clemente XI compuso un nuevo oficio. Durante mucho tiempo olvidado, San José ha sido celebrado desde entonces en la Iglesia universal. Pero la introducción tardía en la liturgia planteó muchos interrogantes sobre su presencia en el canon eucarístico, en las letanías y dónde colocarlo (antes o después de los mártires, antes o después del Bautista).
Es Próspero Lambertini (Benedicto XIV) quien sitúa teológicamente a José. Excluye que en él haya santificación in utero matris (en el seno materno), pero reconoce su papel en el plan de Dios y muestra su dignidad, que le sitúa antes de los confesores, mártires y apóstoles. El 8 de diciembre de 1870, la Sagrada Congregación de Ritos proclamó solemnemente a San José como patrón de la Iglesia universal.
Economía de Dios
Comentando Mt 1,18-25 (José asume la paternidad legal de Jesús) Xavier León-Dufour escribe: “José se muestra justo no porque observe la ley que autoriza el divorcio en caso de adulterio, ni porque se muestre benévolo, ni por la justicia debida a una inocente, sino que (su resistencia) está motivada por no querer hacerse pasar por el padre del divino infante.
Si teme llevarse a María, su esposa, no es por ningún motivo profano; es porque, como dice expresamente Eusebio, reconoce una economía superior a la del matrimonio que perseguía. El Señor ha alterado su designio sobre él: lo hace digno de asegurar el futuro de su elegido. José se retiró, cuidando, en la delicadeza de su justicia con Dios, de no “divulgar” el misterio divino de María. Es inútil buscar cómo realizar su propósito; son detalles superfluos para el evangelista.
Este hombre justo es colocado por los acontecimientos por encima del plano legal… (el texto) muestra que José no sólo es un modelo de virtud, sino que es el hombre que juega un papel indispensable en la economía de la salvación”.
Pierre Grelot, comentando Juan 6, 42-43 (“¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo puede entonces decir ‘he bajado del cielo’?”), escribe: “Para Jesús la relación con José y María era esencial para que se convirtiera en un hombre adulto. Cuando reflexionamos teológicamente sobre la encarnación del Hijo de Dios, a menudo olvidamos que no fue, humanamente hablando, un adulto desde el principio: creció en sabiduría, estatura y gracia ante Dios y ante los hombres.
Crecimiento moral, crecimiento físico, crecimiento espiritual: las tres cosas juntas, señala Lucas. No es necesario reconocer un argumento contrario en la comunicación de las perfecciones divinas a Jesús -en el lenguaje teológico se llama “comunicación de modismos”- para imaginar a Jesús como un adulto ya hecho que, desde su nacimiento, habría gozado de la perfección universal en todos los ámbitos de la vida psicológica. No habría sido un hombre en apariencia, como ya afirmaban los docetistas”.
La chatarra
Agnés de Lamarzelle lee Génesis 1 y 2 en paralelo con Mateo 1:18-25. Al igual que la historia de la creación se interrumpe en el momento de la aparición del hombre, la genealogía de Jesús se enfrenta a una brecha en el momento en que asegura la descendencia davídica del Cristo, pasando del género de la genealogía al de la proclamación.
¿Cómo se puede asegurar la descendencia davídica de Jesús, ya que la concepción implica sólo a María? ¿Cómo conciliar la falta de intervención masculina con la afiliación legal al linaje davídico? José sabe que no es el padre biológico. Su justicia consiste en permanecer en su propio lugar.
“Todo orientado al cumplimiento de la voluntad de Dios, acepta no comprender el misterio que le toca de cerca. Actúa de acuerdo con lo que sabe, decidiendo repudiarla en secreto. No es el padre y no puede desempeñar este papel para el niño. Se separa de la promesa, sin atraer el oprobio sobre de María, de quien sabe que no disgustaría nunca a Dios”.
Su condición de justo amenaza con impedir el plan de Dios. Ante una situación humanamente irresoluble, el Ángel interviene para llamar a José a un doble papel: llevar a María a casa y dar nombre al niño, enraizando a Jesús en el surco davídico. Renuncia a la paternidad física para participar en el misterio de la encarnación redentora, dejando todo el espacio a Dios. Sólo María será la madre según la carne, pero a José le corresponde tender un puente entre los dos testamentos, anclando al Salvador en el linaje davídico.
El sopor místico del que despierta José recuerda el sopor de Adán en el momento del nacimiento de Eva. José “llamado a la extraordinaria misión de ser el padre del Hijo del Padre, permite a Emmanuel (injertarse en David y) estar con nosotros: con su esposa, con el pueblo que le esperaba, con todos los hombres que aceptan estar con él. Empezando por el lector que entra en este “nosotros” que le llama a vivir la alianza”.
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