Reflexión del primer domingo de Adviento
Amados en el Señor, al comenzar este nuevo año litúrgico, conviene que, al hacer balance del año
transcurrido, nos dirijamos al Señor, que conoce mejor que nosotros el camino que conduce a Él. Gritemos
con el salmista: “Señor, enséñame tus caminos”. Esta súplica confiada expresa no sólo nuestro
conocimiento y conciencia de que el camino del Señor es bueno, sino también nuestra voluntad de
dejarnos conducir por él.
En esto, nos dejamos guiar por las instrucciones que nos da el Señor, por aquellos que tienen la
responsabilidad de educarnos en la fe. De este modo, nuestro amor mutuo nunca dejará de crecer,
cumpliendo para nosotros la palabra de felicidad del Señor: estar ante el Hijo del hombre cuando venga,
para participar con él en su reino.
En el Evangelio, Cristo habla de su venida, del misterio que celebramos en la primera parte del Adviento,
desde el primer domingo hasta el 16 de diciembre.
Habla a sus discípulos de los signos que anuncian su regreso: los poderes de las tinieblas serán sacudidos.
Esto es lo que ya había sucedido con el espíritu maligno en la sinagoga (Mc 1,23-24). Los espíritus malignos
no pueden soportar la presencia del Señor. Pero en un último arrebato de malicia, querrán matar al mayor
número posible de personas. De ahí el desafío de Jesús: «Cuando empiecen estos acontecimientos, poneos
en pie y levantad la cabeza, porque se acerca vuestra redención». En otras palabras, sacad de vuestro
interior la última pizca de energía para perseverar hasta el final.
Como cristianos, nuestra presencia en todas partes debe desafiar a los que hacen el mal. A veces, cuando
estamos cerca de nuestro objetivo, el ardor del adversario se vuelve más feroz, pero también es en este
momento cuando debemos permanecer en guardia para que no se nos agobie el corazón.
Feliz domingo de Adviento y buen día para ti.