04 diciembre 2020
04 dic. 2020

¡Sin la Palabra, la voz calla¡

© photo credit: logocerebral
de  André Vital Félix da Silva, vescovo scj

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El Adviento es el tiempo de preparación para la Navidad, pero también un tiempo de gracia para crecer en la certeza de que el Señor viene a nosotros de forma permanente. Celebrar su primera venida nos asegura la firme esperanza de que definitivamente llegará al final de la historia, porque todo fue hecho por Él, con Él y para Él. Por lo tanto, es imposible admitir que Él está ausente. La pedagogía empleada en este momento especial para favorecer la vivencia de esa verdad, esto es, que nuestro Dios se llama Emmanuel y no es un dios lejano y ajeno, además de la meditación de la Palabra que proclama esta fe, tenemos unos personajes que nos ayudan a hacer este itinerario, porque ellos mismos caminaron en esa dirección y, por tanto, tienen autoridad ejemplar para mostrarnos el camino a seguir.

En estos dos domingos de Adviento (II y III), el evangelio nos presenta la figura de Juan Bautista, considerado el último de los profetas, porque en él encontramos una especie de puente entre el Antiguo y el Nuevo Testamento. En las enseñanzas y actitudes de Juan el Bautista se evidencia que Dios cumplirá la promesa de visitar y liberar a su pueblo, enviando a Cristo, de quien el Precursor afirmó: “Detrás de mí vendrá alguien más fuerte que yo”. Si bien Juan el Bautista tiene la misión de anunciar la intervención liberadora de Dios, solo el Mesías tiene la fuerza para llevarla a cabo, por lo que es “más fuerte” que el profeta. Aun reconociendo su “inferioridad” en relación con Jesús; “No soy digno de inclinarme para desatar sus sandalias”, Juan Bautista se diferencia de todos los demás profetas incluidos los que anunciaron explícitamente la venida del Mesías (Isaías, Jeremías), porque señala a Cristo que está presente en medio del pueblo.

Por otro lado, aunque es el precursor directo de Cristo, no se enorgullece de ponerse por encima de todos los que dieron voz a esta promesa de Dios, sino que, por el contrario, se inserta en la larga Tradición veto-testamentaria: “He aquí, que envío a mi mensajero delante de ti, para preparar tu camino”. San Marcos, refiriéndose a un texto del profeta Isaías (40.3), inserta otros contextos del Antiguo Testamento, porque en esta cita también encontramos una alusión al Éxodo (23.20) y al profeta Malaquías (3.1). Por tanto, Juan es, de hecho, la voz que clama; pero el contenido de su voz no es su palabra original, sino la Palabra viva y eterna de Dios. De ahí la grandeza de su misión y, al mismo tiempo, sirve de inspiración para quienes desean vivir profundamente este Tiempo de Adviento, es decir, dar su voz para que la Palabra de Dios siga resonando hoy entre nosotros. No es posible hablar de Juan Bautista sin tener en cuenta su íntima relación con Cristo. Una voz sin palabra pierde su significado, y puede ser apenas ruido; lo mismo una voz que no tiene contenido verdadero puede crear caos, desorden, traicionar su propia razón de ser, es decir, comunicar la verdad que produce la vida.

El evangelista Marcos, al comenzar su Evangelio con la palabra “Principio”, hizo una retrospectiva de toda la Tradición Bíblica llevando a su lector la primera expresión utilizada en la Escritura para introducir la Palabra de Dios: “En el principio creó Dios el cielo y la tierra… Y Dios dijo… “(Gen 1,1s). Es muy significativo que estén estrechamente relacionados con lo que Dios dice y lo que hace.

Por tanto, Marcos al comenzar su escrito, reafirma que en el fondo de toda vida cristiana está la Buena Nueva (palabras y acciones) de Jesucristo, como en el fundamento de la creación está la acción y la Palabra de Dios. No podemos entender las primeras palabras del Evangelio de Marcos como una simple indicación de que un texto está comenzando: “Principio del evangelio de Jesucristo”. Esta traducción puede ser reduccionista; en griego encontramos la palabra “arché” (principio, fundamento), por tanto más que indicar el inicio de la obra, estamos ante el pregón de lo que es el fundamento, la base del evangelio. En la comprensión de las primeras comunidades cristianas primitivas, el “Evangelio” no es, ante todo, un escrito, un libro. Pero la persona misma de Jesús y su enseñanza, por lo tanto, es posible separarlos. Esta primera frase de Marcos resume toda la fe de la comunidad, porque dice quién es Jesús (Mesías e Hijo de Dios) y que hizo (anunció la Buena Nueva con palabras y vida).El hecho de que relacionara el “Evangelio” (griego: eu-angelion) con el profeta Isaías: “Como está escrito en el libro del profeta Isaías”, Marcos deja claro a su lector una clave de interpretación para entender por qué este anuncio es “Buena nueva”.

En el contexto del exilio babilónico (587-538 a. C.), el anuncio de la liberación del cautiverio solo podía ser una buena noticia; “¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz en los montes, que proclama la Buena Nueva (Evangelio) y anuncia la salvación, de lo que dice Sión: “Tu Dios reina” (Is 52,7). En ese momento el pueblo vivía en verdadero caos, una babel (confusión). La buena noticia para ellos fue el anuncio de una nueva creación, que solo fue posible con el regreso a Jerusalén, a su tierra, en la reconstrucción del Templo, como lugar de encuentro con el Señor y recuperando su identidad como pueblo de Dios.

El Evangelio de Jesucristo es una buena noticia no solo porque anuncia los cambios necesarios para la restauración del proyecto de paz (Shalom) entre las personas, sino porque Jesús mismo lleva a cabo el proyecto de Dios, anunciando la salvación, cuya exigencia fundamental es la conversión, de la que Juan el Bautista fue heraldo cuando “apareció en el desierto predicando un bautismo de conversión para los pecados”. Conversión que es un cambio de rumbo, que se produce cuando abandonamos los cautiverios que nos aprisionan lejos del “principio” (arché) de nuestra vida. Prepararse para la Navidad del Señor es convertir nuestras palabras, que a menudo no tienen sentido, y prestar nuestra voz a Aquel que tiene la Palabra que puede crear vida nueva.

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