Tres lugares comunes entre las Constituciones SCJ y la Encíclica “Fratelli tutti”
No podemos, de hecho, ser indiferentes al hermano que es golpeado; debemos entrar en contacto con sus heridas, con su carne.
1. El egoísmo como anti-fraternidad
El título de esta sección refleja un primer lugar común entre la encíclica y nuestras constituciones. Esta última, caracteriza al egoísmo como “el rechazo del amor de Dios y de la fraternidad” (Cst. 95a; cf. 4c y 36). Por su parte, la encíclica “Fratelli tutti” (FT) ensancha esta perspectiva tocando temas concretos; (i) El primero de ellos es el uso la metáfora de los muros (cf. FT 27). Para el Papa se trata de auténticos muros materiales -conflictos y nacionalismos- que tienen su raíz en los muros del corazón; allí nacen las diversas formas de egoísmo: violencia, corrupción (sistemas corruptos), racismo, xenofobia y cerrazón a la trascendencia (cf. FT 11, 86, 89, 97, 113, 125, 166 y 283). “El mayor peligro no reside en las cosas, en las realidades materiales, en las organizaciones, sino en el modo como las personas las utilizan” (FT 166); (ii) en un segundo tema concreto el Papa afirma que “un camino de fraternidad, local y universal, sólo puede ser recorrido por espíritus libres y dispuestos a encuentros reales” (FT 50); (iii) al analizar la parábola del buen samaritano, describe el comportamiento de los personajes del sacerdote y del levita como “peligrosa indiferencia de no detenerse, inocente o no, producto y triste reflejo de esa distancia cercenadora que se pone frente a la realidad” (FT 73); (iv) la encíclica nos invita a renunciar a “la mezquindad y al resentimiento de los internismos estériles, de los enfrentamientos sin fin” (FT 78); (v) cuando advierte el peligro de los “intimismos egoístas con apariencia de relaciones intensas” que anulan el sentido social (FT 89).
2. La reparación como reconciliación
Un segundo punto de coincidencia lo hallamos en la expresión “reconciliación reparadora”. Al respecto se lee en nuestras Constituciones que Cristo realizó la obra de la salvación “suscitando en los corazones el amor al Padre y entre nosotros: amor regenerador, manantial del crecimiento de las personas y de las comunidades humanas” (Cst. 20; cf. 63 y 78). Desarrolando la misma línea, el Papa Francisco, mediante el uso de la figura del Buen Samaritano como imagen de la Encíclica, nos invita a una “reconciliación reparadora”. Se trata de una reconciliación que (i) “nos resucitará, y nos hará perder el miedo a nosotros mismos y a los demás” (FT 78); (ii) tiene como fuente el amor que “crea vínculos y amplía la existencia cuando saca a la persona de sí misma hacia el otro” (FT 88); (iii) nos invita a “volvernos capaces de salir de nosotros mismos” (FT 89) y acoger lo que hay de bueno en la experiencia de los demás como oportunidad de crecimiento (cf. FT 134 y 147).
Conviene también señalar la dupla que conforman el samaritano y el hospedero como figura del “nosotros” (cf. FT 78). El Papa insiste en que, para lograr replicar la misericordia, “se necesita un diálogo paciente y confiado” (FT 134; cf. 229, 231, 236 y 244). Es precisamente en este aspecto donde nosotros dehonianos tenemos la posibilidad de dar testimonio, pues “en nuestras comunidades buscamos juntos la voluntad de Dios, en un diálogo verdadero y fraterno, a la luz del bien común y con vistas al mismo” (Cst. 109; cf. 66-67).
3. El trabajo por la fraternidad como reparación
Como dehonianos, estamos convencido que “en este amor de Cristo encontramos la certeza de que la fraternidad humana podrá ser alcanzada” (Cst. 18b; cf. 65 y 12). Es, pues, en el mundo “…donde Cristo libera hoy a los hombres del pecado y restaura la humanidad en la unidad” y “donde Cristo nos llama a vivir nuestra vocación reparadora” (Cst. 23b; cf. 35c, 37 y 53).
Alegra la sintonía de estas afirmaciones con lo expresado en la encíclica. Para el Papa “el amargo legado de injusticias, hostilidad y desconfianza” sólo se puede superar “venciendo el mal con el bien (cf. Rm 12,21)”; se trata de una fuerza capaz de renunciar a la venganza (cf. FT 238, 242-243, 251-253 y 266). Vencer el mal exige de nosotros una actitud semejante a la del buen samaritano. En efecto, no podemos ser indiferentes ante el hermano abatido, es preciso tomar contacto con sus heridas, con su carne. En nuestra sociedad es un imperativo prestar atención a las víctimas de violencia y de abuso y escucharlas con el corazón abierto (cf. FT 209-216, 261, 227 y 246). La encíclica nos invita así a una postura contra la violencia. Tres son los pasajes bíblicos que iluminan esta postura: (i) “De las espadas forjarán arados” (Is 2,4); (ii) lo que el Papa llama la reacción que le brotó del corazón a Jesús ante un Pedro violento: “¡Vuelve tu espada a su lugar!” (Mt 26,52); y (iii) una advertencia de Gn 9, 5-6 (cf. FT 270).
La FT, al igual que nuestras constituciones (cf. Cst 20, 35, 65 y otros), toca el tema la centralidad de la Trinidad en este ministerio. En efecto, “sin una apertura al Padre de todos, no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad” (FT 272). La centralidad del amor trinitario queda subrayada al remitirnos al contexto más amplio de las dos citas de dicho número. Nos referimos a una homilía de Francisco (cf. nota 260) de la cual se transcribe sólo una pequeña frase: “sólo con esta conciencia de hijos que no son huérfanos podemos vivir en paz entre nosotros”; y al número 19 de “Caritas in Veritate” (tercer documento más citado en FT).
Lo aquí escrito son apenas esbozos de algunos lugares comunes entre la carta encíclica y nuestras Constituciones. Sin duda habrá otros aspectos que deben ser iluminados con más reflexiones.