12 junio 2024
12 jun. 2024

Un mundo en transformación

Desde hace un tiempo navegamos nuevas aguas con distintas concepciones de lo que es el mundo, lo humano, el ser, la inteligencia, el trabajo, la espiritualidad, la política, la fe y la religión. En un mundo así, ¿qué nos toca como dehonianos?

de  Manuel Antonio Teixeira, SCJ

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La cosmología, la metafísica, la epistemología, eran herramientas que ayudaban a comprender la realidad con un cierto grado de verosimilitud a cualquier investigador, estudiante o interesado. Desde hace un tiempo navegamos nuevas aguas con distintas concepciones de lo que es el mundo, lo humano, el ser, la inteligencia, el trabajo, la espiritualidad, la política, la fe y la religión. No asistimos solo a una modernización tecnológica, sino a una mutación cultural, lingüística, antropológica, social y política. Los esquemas de pensamiento y los conceptos se han transformado. En un mundo así, ¿qué nos toca como dehonianos?

Nota: Este artículo procede de las comisiones teológicas continentales de la Congregación en preparación del 25º Capítulo General. 


 

1.    Del mundo normal al mundo en despliegue

Cuando tenía 14 años, en el año 84, recuerdo que en la ciudad donde vivía había un hombre que se vestía de mujer. Su peculiaridad le hizo ser conocido no solo en la ciudad donde vivía, sino en las ciudades vecinas. Se hizo notorio, pero ser famoso por esa causa no representaba ningún premio, ni le reportaba beneficios financieros como hoy día pueden obtener un youtuber o un influecer. Su fama representaba una humillación. Katiuska, así se hacía llamar este hombre, era mal recibido donde llegaba, era continuamente objeto de burla y, muchas veces, sufrió violencia física. Su comportamiento salía de los parámetros de lo que se tenía por normal, bien fuera en el ámbito social, moral o religioso. Lo normal era una especie de norma tácita, aceptada por todos y que ofrecía patrones de comportamiento, algunos más refinados, otros más groseros, pero donde eran reconocible aspectos comunes que debían ser cuidados. Detrás de la concepción de lo que se tenía por normal existía una imagen que había que cuidar. Esta imagen se fundamentaba en una visión de mundo y ésta, a su vez, en una concepción metafísica. En una sociedad como la que me tocó crecer los roles estaban bien definidos y no eran puestos en cuestión. Ir contra la norma era una trasgresión que, si bien no siempre era penada, podía ser motivo de rechazo, en donde jugaba un papel importante una silenciosa condena por parte de la comunidad circundante. En una sociedad así, el presbítero tenía un rol bien definido y más que una persona de visión amplia, le era suficiente tener clara la doctrina y aplicarla. En una sociedad normal, la doctrina es un elemento que da cohesión y seguridad.

El nihilismo, que no solo es una propuesta a un caminar hacia la nada, sino una crítica a una sociedad que se sentía segura de los presupuestos de su existencia, no fue solamente una teoría filosófica de mediados del S. XX, sino una propuesta socio-económica que ha incidido en las estructuras políticas de la actualidad. El nihilismo puso en entredicho nuestra normalidad dejando abierta la puerta a modos nuevos de configuración social. Este rápido proceso aconteció en apenas 100 años y ha supuesto una reconfiguración del trabajo, de las empresas, de la familia, de las escuelas, de las universidades, de la moral e, incluso, de la Iglesia. Lo normal dejó de ser el marco desde donde se veía y se opinaba sobre lo social o lo político. Al perderse el marco referencial, lo que antes era trasgresión es tenido ahora como tendencia y lo que antes era escándalo, puede ser tenido como nueva propuesta de vida. En una sociedad así, llamémosla nihilista, líquida, postmoderna, posthumanista o ultrahumanista, nuestras convicciones religiosas y doctrinales resultan insuficientes para poder establecer un diálogo con la sociedad. Ya no podemos limitarnos a acusar las nuevas tendencias como propuestas escandalosas o pecaminosas como si nuestras propuestas fueran el reflejo de la verdad. Permanecer al interior de un marco referencial sobrepasado, puede cerrar puentes de diálogo y entendimiento a la esperanza cristiana en la novedad de lo que acontece.

En este contexto, creo importante aclarar que la propuesta de sinodalidad del papa Francisco no es una ingenuidad y menos una moda, es decir, una palabra que debe aparecer en todos nuestros discursos, aunque solo sea de modo formal. La propuesta de la sinodalidad intenta articular el pasaje de una Iglesia que ocupaba un lugar moral y docente en una sociedad de normalidad, a una Iglesia que ha caído en cuenta que el rol que antes tenía se ha difuminado, pero no así la misión que ha recibido del resucitado. Más que una maestra, la Iglesia, es decir, todos los cristianos, estamos llamados a der compañeros de camino. Caminar junto a otro no significa marcar un paso, ni siquiera indicar un rumbo, mas sí un estar al lado del caminante. Esta actitud de compañía es la el proyecto de un modo nuevo de presencia en el mundo misionera de la vida religiosa y de los presbíteros. Al dejar de ser maestro y comenzar a ser compañeros estamos llamados a la escucha, a sentir el sonido del paso del otro para poder reconocerlo, a ir a su ritmo y a discernir junto al otro. Debemos aprender a dejar de ser maestros para convertirnos en auténticos compañeros de camino hasta llegar a ser hermanos de camino.

 

2.    Releer nuestra espiritualidad en un contexto en despliegue

La espiritualidad, más que un contenido específico, es un modo personal de leer el Evangelio que el Espíritu inspira a un fundador. Esto significa que el Padre Dehon tuvo que aprender a leer el Evangelio en fidelidad a lo que el Espíritu inspiraba. Aprender a leer el Espíritu según el modo del Padre Dehon es acoger el Espíritu en el contexto nuevo que nos toca vivir. Si la espiritualidad dehoniana consistiera solo en el contenido transmitido por el Padre Dehon en su contexto, ella correría el riesgo de perder vigencia y dejar de ser válida en este mundo en transformación. El contenido de los escritos del Padre Dehon es importante, pero no son un absoluto. Toca al dehoniano leer en los contenidos el modo como el fundador acogió el Espíritu, de modo que, como dehonianos, no perdamos la auténtica heredad recibida. Un carisma no es solo una respuesta para un momento, aunque surja en un momento y en un contexto determinado. He aquí la gran tarea que tenemos como religiosos, discernir la acogida del Espíritu por parte del P. Dehon, pero en el contexto que nos toca vivir.

Cuando el contenido se hace absoluto, el carisma se vuelve letra muerta. Recordemos que luego del Vaticano II, cuando se estaban haciendo nuestras constituciones, algunos religiosos mostraban cierto escepticismo en torno a conceptos como reparación, devoción o adoración. Su duda la justificaban argumentando que tales conceptos estaban sobrepasados y que no decían nada a su contexto. Algunos llegaron a pensar que la vida religiosa había llegado a su cabe sí con las propuestas teológicas surgidas luego del concilio, motivo por el cual, lo genérico, es decir lo común a todas las congregaciones u órdenes era más importante que lo específico, es decir, el carisma de cada una de ellas. Con el tiempo hemos entendido que lo específico es la misión que nos ha dejado el Espíritu. Conceptos que parecían superados por no formar parte del lenguaje coloquial han comenzado a ser colocados en el centro de nuestras reflexiones teológicas y de nuestras opciones pastorales. Este es el motivo por el que la pregunta por la identidad dehoniana no se puede responder de una vez para siempre. Nuestra identidad es un continuo hacerse en la vida de los religiosos y de la misión. Lamentablemente, muchas veces estos conceptos se vuelven slogans o terminan en ritos piadosos que poco o nada dicen a la realidad.

No podemos pasar por alto que nuestro mundo está lleno de nuevas propuestas y nuevos lenguajes. Son nuevos los fenómenos como la Inteligencia artificial, la pluralidad de expresiones afectivas, la pluralidad de tendencias de género, la creciente brecha entre ciudadanos de países con una industrialización 4.0 y ciudadanos de países que apenas explotan sus recursos con métodos altamente contaminantes o el calentamiento global. Las dialécticas del Siervo-Esclavo, Oprimido-Opresor, o los lenguajes condenatorios a partir de doctrinas, ya no dan cuenta de la realidad.

Preguntas como las siguientes: ¿Cómo entender la reparación en un contexto donde las familias se hallan circundadas por nuevos contextos relacionales que no encajan dentro de los conceptos tradicionales de familia? ¿Qué significa una propuesta de silencio, adoración y contemplación en un mundo que no deja de moverse a una frenética velocidad? ¿Cómo discernir al interior de nuestro carisma el momento político actual donde las ideas son sustituidas por liderazgos personales? ¿De qué modo trabajar por la justicia en un mundo empresarial y comercial con gran movilidad laboral donde los sindicatos han perdido su fuerza e, incluso, su razón de ser? ¿Cómo ser solidarios entre hermanos cuando la transferencia de recursos financieros y tecnológicos de países más industrializados a países menos aventajados está bajo el férreo control estatal? ¿Qué papel tenemos en un mundo caracterizado por una creciente migración ilegal, por un crecimiento en el número de refugiados, en una Europa y Estados Unidos con fronteras cada vez más cerradas? Ser Dehonianos en un contexto que se va desplegando y no en la seguridad de las doctrinas es una tarea que a mi juico debemos asumir con prudencia, con valentía, pero, sobre todo confiando en el Espíritu que no deja de acompañar, incluso, en los momentos donde el horizonte es ocultado por oscuros nubarrones.

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